miércoles, 18 de junio de 2014

Reflexiones para un 19 de junio

Este artículo ha sido publicado en Nueva Tribuna.es

 http://www.nuevatribuna.es/articulo/culturas-hispanicas/reflexiones-19-junio/20140618122023104435.html  


  19 de junio. Nuevo Rey de España: Felipe VI. No me emociona. Soy republicano. Espero poder votar algún día acerca de si prefiero que nuestro sistema democrático parlamentario tenga como jefe de Estado un presidente o un monarca. Deberíamos poder hacerlo al tiempo que votemos la ineludible reforma constitucional (pero en pregunta separada). La Constitución de 1978 ha rendido un buen servicio a los españoles pero se ha quedado vieja y algunos de los apaños del consenso constitucional han roto sus costuras. Los que no quieren ningún cambio -empezando por el PP- son sus peores defensores. Las buenas constituciones son las que más perduran porque facilitan su propia reforma. 

   Pero a los inmovilistas constitucionales no les importó nada -impagables paradojas de la política- modificar la Constitución con "nocturnidad y alevosía", en quince días de agosto de 2011, para inscribir en su artículo 135 uno de los principios de la economía política alemana más conservadora. La reforma no conllevaba ningún nuevo consenso constitucional más allá de la, en este caso, engañosa aritmética parlamentaria. No podría haberlo producido jamás en un país soberano lo que no era sino una imposición de la equivocada política de la Sra. Merkel y de su servidor, el presidente del BCE, Jean Claude Trichet. Lo hicieron tan mal, con las prisas y con nuestra histórica tendencia patria a ser más papistas que el Papa, que pusieron algo que no está ni en la Constitución alemana: la primacía absoluta, en las obligaciones del Estado, del pago de la carga de la deuda. ¡Increíble constitucionalización de la máxima posición de debilidad ante cualquier negociación con nuestros acreedores! Desde agosto de 2011, la Constitución, que yo voté en 1978, es mucho menos mía de lo que fue.

   Suprimir el artículo 135 es sólo uno de los aspectos de la necesaria reforma constitucional. Sentar las bases de un nuevo modelo territorial del Estado que pudiera incluir el necesario pacto con Cataluña y Euskadi sería otro de los empeños inaplazables. También el establecimiento o actualización de aquellos principios que vivifiquen, regeneren, den transparencia y faciliten la participación ciudadana en nuestro sistema político democrático y ayuden a erradicar del mismo su principal enemigo: la corrupción. Finalmente, la reforma de la Constitución debería abordar aquello que más preocupa a la inmensa mayoría de los españoles: cómo ayudar, de un modo más efectivo que el que propicia su actual redacción, a combatir las principales lacras de nuestra sociedad: el desempleo masivo, la precariedad laboral, la pobreza y la desigualdad.

   El primer pensamiento que me vino a la cabeza al pensar en el 19 de junio no tenía relación ni con los fastos del relevo monárquico ni con la urgencia de luchar por un referendum sobre monarquía o república. He pensado en cómo les podría afectar la entronización de Felipe VI a los muchos millones de españoles que lo están pasando mal o muy mal. A los cerca de seis millones de parados, a los cinco millones de trabajadores precarios, a los trece millones de pobres, etc. En especial he pensado en los miles de niños y niñas malnutridos que tenemos en España, a pesar de que nuestro PIB per capita es todavía de 22.300 euros. Esta situación sólo se explica por los insoportables niveles de desigualdad en que vivimos, esa desigualdad que tanto incomoda al Sr. Rajoy y a los demás dirigentes del PP cuando se les pregunta por ella.

   Mi conclusión fue clara: a los que peor lo pasan en España el relevo en la corona no les va a afectar en nada. Por una parte, es lógico, ya que la política es responsabilidad de los gobiernos y no del Rey. Pero por otra, no puede ser así sin más. Cuando un acontecimiento político del alcance que tiene el relevo del 19J lleva a todo el mundo a hacer balances de lo hecho y de lo que hay que hacer, es imprescindible que todos, empezando por los responsables políticos, digan qué van a hacer de verdad para acabar con el desempleo masivo, la precariedad laboral, la pobreza y la desigualdad extrema. Hoy sería exigible, por más que se presente muy difícil -casi una utopía- un gran pacto político y social para crear empleo de calidad, erradicar la pobreza y reducir la desigualdad. Y para regenerar la democracia, empezando por luchar de verdad y de forma coherente contra la corrupción.

   Para esto no hay que esperar a la necesaria reforma constitucional. Si las élites políticas o económicas no son capaces de ver la profundidad de la crisis económica, social, política y moral que vive España y los graves riesgos que entraña es que están ciegas.

   A Felipe VI no le pediría mucho. Sólo que sea capaz de entender cuales son las principales preocupaciones de los españoles, que no son otras (no lo digo yo, lo dicen todas las encuestas) que las que he mencionado arriba, y que lo exprese mediante las palabras y gestos adecuados a su papel. Durante estos años de tanto sufrimiento para tantos españoles, del Príncipe de Asturias y del Rey Juan Carlos hemos escuchado palabras genéricas de preocupación por los parados o por los que más sufren las consecuencias de la crisis. Pero ningún gesto fuerte como reunirse y escuchar a los parados, a los desahuciados, a los más pobres, o visitar algún barrio deprimido. Todo lo más, han tenido algunos encuentros con los líderes sindicales o con ONG caritativas o cooperantes. Y han sido sin embargo muchísimas las reuniones de todo tipo con las élites económicas, políticas y culturales. Algún gesto fuerte debería hacer el 19 de junio o en los siguientes días. Algún gesto que ayudara a los políticos a cumplir con su deber.

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