Este artículo ha sido publicado en el diario digital Público, en su sección Espacio Público, el 15 de marzo de 2017
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¿Tiene futuro la UE? ¿Tiene futuro la izquierda?
Después de leer el texto de Francisco Louçā y, sobre todo, la principal de sus
seis conclusiones mi respuesta a ambas preguntas sería “no”.
Porque el artículo -con el que coincido, no
obstante, en parte de sus diagnósticos y algunas de sus conclusiones- tiene un
mensaje claro: la única solución frente al estado de cosas en la UE, agravado
por las políticas de austeridad y devaluación interna, es salirse del euro y
adentrarse en lo que sería una versión de izquierdas del nacionalismo económico
(sustitución de importaciones para mejorar las balanzas comerciales nacionales).
No aclara Louçā, que lleva ya algún tiempo pidiendo la salida de Portugal del
euro, si lo preconiza sólo para algunos Estados miembros de la UE o para todos.
Tampoco hace ninguna referencia a las consecuencias que el fin del euro, o su
abandono por un conjunto de países, tendría sobre el porvenir de la UE. En todo
caso, los medios que propone para mejorar las balanzas comerciales nacionales
–a costa de los vecinos europeos, se supone, dada la estructura del comercio
europeo- serían incompatibles con las reglas del mercado interior. Más allá de
esto, acabarían teniendo consecuencias económicas negativas para todos.
No es necesario extenderse mucho en argumentar
que una propuesta como la que hace Francisco Louçā en su artículo implicaría,
en caso de prosperar, no sólo el fin del euro, sino la destrucción de la Unión
Europea.
Lo que nos propone el profesor Louçā es, nada
menos, que la izquierda entre a competir en el terreno de juego que nos está
marcando la extrema derecha europea y Donald Trump, y que lo haga asumiendo
como propias algunas de sus propuestas más destacadas: el fin del euro -y por
lo tanto de la UE- y una parte, al menos, de los postulados del nacionalismo
económico y el proteccionismo comercial. La pinza programática que nos propone
Loucā no sólo podría precipitarnos hacia el fin de la UE, sino que, así mismo,
alejaría a la izquierda europea, sometida también a una profunda crisis, de
cualquier horizonte de hegemonía cultural y política. Y eso sin referirnos a
los nada desdeñables riesgos de que dicho proceso de demolición llevara a las
naciones europeas a volver a su “vieja historia”, a la de antes de 1945.
Escribo esto desde una posición política alejada
de cualquier complacencia con el estado de cosas de la UE. Soy muy crítico con
la gestión de la crisis económica que han hecho sus instituciones políticas, sometidas
a los dictados del gobierno alemán que bebe en las fuentes de una economía
política antikeynesiana, híbrida de ordoliberalismo y neoliberalismo. La política
europea frente a la crisis ha sido un fracaso. La ha agudizado, haciendo que la
Gran Recesión haya sido en nuestro continente más larga y profunda que la
vivida en otras regiones del planeta, estableciendo un reparto de sus cargas
socialmente muy injusto y produciendo una divergencia entre sus Estados
miembros que ha deteriorado mucho la cohesión política entre ellos.
De esta manera ha alimentado la actual crisis
política europea, que es crisis de funcionamiento y de proyecto, Es una crisis que
si no se afronta con ideas de progreso –aglutinadoras y restauradoras de la
confianza de la ciudadanía y de la solidaridad entre las poblaciones europeas-,
y con energía y capacidad de gobierno, se transformará en crisis existencial de
infeliz final.
Parto también de lamentar el tristísimo papel
jugado por la socialdemocracia europea, incapaz de construir una alternativa
política, ni siquiera programática, a la gestión conservadora de la crisis, impuesta por Alemania. Con
ello, ha agudizado su propia la crisis, la de muchos de sus partidos políticos
nacionales (el PSE y el grupo parlamentario S&D
siguen sin jugar un papel significativo en la política europea). La crisis de
la socialdemocracia ha venido gestándose desde la caída del Muro de Berlín y su
complacencia con el neoliberalismo de los noventa, de la mano de las “terceras
vías” de Blair y Schröder cuyos éxitos electorales sólo consiguieron ocultarla
temporalmente, y se manifiesta en toda su extensión por su carencia de
alternativas a las políticas de austeridad
y al declive electoral en muchos Estados.
Algunas otras
respuestas en el campo de la izquierda política y social
La llegada al gobierno griego de Syriza, con
la voluntad de enfrentarse a las políticas de austeridad desde dentro de la UE,
encendió las alarmas de la mayoría de los partidos de las dos principales
corrientes políticas europeas. El gobierno alemán, asistido por el presidente
del Eurogrupo, el holandés Jeroen Dijsselbloem (Partido del Trabajo, PSE),
propició, con la aquiescencia o el silencio cómplices de los demás gobiernos
europeos, la derrota política del gobierno de Syriza a costa, una vez más, del
pueblo griego pero también de la cohesión de la UE y de la racionalidad
económica.
En la península ibérica la crisis ha
propiciado escenarios y conductas diferentes. En España ha surgido con fuerza un
nuevo partido a la izquierda del PSOE, Podemos. Sin embargo, a pesar de que la
aritmética electoral lo permitía, no se ha producido el desplazamiento del
gobierno de un PP, castigado en las urnas por su gestión antisocial de la
crisis y por la corrupción. Este hecho lamentable tiene, a mi juicio, más de un
culpable. En Portugal, por el contrario, la iniciativa política del partido que
contribuyó a fundar Francisco Louçā, el Bloco
de Esquerda, ha logrado el muy difícil entendimiento del PCP y el PS en
torno a un programa común que permite gobernar a los socialistas portugueses
(por el momento bien y sin acoso excesivo de la troika). En Italia, el liderazgo autoritario de Mateo Renzi, que ha
propiciado la escisión del ala izquierda del PD y el choque frontal con la CGIL,
parece querer cortar definitivamente con las raíces históricas de su partido.
La formación que puede sustituir al PD como primer partido italiano, el
Movimiento 5 Estrellas, tiene un muy difícil encuadre en las categorías
políticas clásicas, pero no ha tenido inconveniente de formar grupo
parlamentario europeo con un partido de extrema derecha, el UKIP británico.
En el terreno social y laboral, aunque ha
habido importantes movilizaciones contra las políticas de austeridad, éstas han
sido manifiestamente insuficientes para lograr su derrota o su modificación
sustancial. En buena medida porque el ámbito en donde dichas políticas se
decidían era europeo y no nacional y la mayoría de las movilizaciones han
tenido una dimensión nacional. Las centrales sindicales europeas han convocado
en los Estados de la UE más huelgas generales que en cualquier otro período
histórico, sobre todo en el momento álgido de la crisis (2009-2013) y en los
países del Sur. Sin embargo, sólo el 14 de noviembre de 2012 se produjo un
intento serio de coordinación de las mismas en una jornada de dimensión
europea.
Traigo a colación estos ejemplos porque no
quiero ocultar las grandes dificultades que tiene la construcción de una alternativa
de izquierdas en Europa.
La
recuperación de la izquierda sólo vendrá de la mano del internacionalismo
De lo que no tengo la menor duda es que jamás
la recuperación de la izquierda en Europa (y en el mundo) vendrá de la mano de
planteamientos nacionalistas, aunque estén tamizados por el pensamiento de
Ernesto Laclau. La recuperación y renovación de la izquierda pasan por
recuperar o fortalecer el internacionalismo, una de las componentes esenciales
de la ideología que le ha dado mayor consistencia a lo largo de la historia, el
marxismo, máxime cuando el mundo de hoy
está muchísimo más intercomunicado y globalizado que el de Carlos Marx cuando hablaba
del fantasma que recorría Europa.
La recuperación de la izquierda no pasará
nunca por oponerse al modelo neoliberal de globalización desde los postulados
del nacionalismo económico y el proteccionismo comercial, como hace una parte
del movimiento antiglobalización. La recuperación de la izquierda se producirá
cuando sea capaz de construir un programa político transnacional e
internacionalista basado en la globalización de los derechos, la promoción del
comercio justo y la construcción de un gobierno democrático del mundo, con
instituciones políticas, leyes y tribunales.
La recuperación de la izquierda no se
producirá jamás apostando, por activa o por pasiva, por la destrucción de un
proyecto político, la UE, que ha asegurado a los Estados que la componen casi
tres cuartos de siglo de paz, tras muchos siglos de guerras entre ellos, y
progreso económico y niveles de bienestar social e igualdad desconocidos en la
historia. Aunque estos han venido deteriorándose en las últimas dos décadas,
especialmente a partir de la Gran Recesión, nuestro continente sigue siendo
todavía la región del planeta con un mayor nivel de igualdad y protección
social. Si se produjera la implosión de la UE, y existe un peligro real a corto
o medio plazo, sería el terreno de juego ideal para el progreso de Le Pen,
Wilders, Farage, Trump y compañía.
La recuperación de la izquierda se producirá,
por el contrario, cuando sea capaz de proponer y realizar un proyecto de
refundación política de la UE que implique más integración, en un sentido
federal, más democracia y un fuerte pilar social, que plasme el “nuevo contrato
social” que sustituya al implícito de la posguerra, roto por el austericidio,
tal como preconiza la Confederación Europea de Sindicatos. Cuando la izquierda
política, sindical y social europea sea capaz de actuar por encima de las
fronteras con un discurso coherente y con una voluntad de acción
inequívocamente internacionalistas, podrá luchar con garantías de éxito contra las
ideologías nacionalistas, xenófobas y racistas que están penetrando en las
sociedades europeas y en muchos de sus sectores más populares y desfavorecidos.
Un
proyecto unitario de izquierdas que articule lo nacional con lo europeo e
internacional
El internacionalismo es una condición
necesaria pero no suficiente para la renovación y la recuperación de la
izquierda. Por supuesto que es en los ámbitos locales y nacionales en donde
tiene que desarrollarse el grueso de la acción política, social y sindical para
progresar hacia los objetivos que deben seguir estructurando el programa de la
izquierda política y social: la redistribución de la riqueza en los ámbitos
primario –a través de la negociación colectiva- y secundario –a través de las
políticas fiscal y presupuestaria-; la igualdad en todas sus facetas; el
fortalecimiento de lo público, en particular en los servicios esenciales; y la
profundización de la democracia en la política, la sociedad y la economía. Lo
que no hay que olvidar nunca es la dimensión europea e internacional de la
acción política – de movilización social y de gobierno- y la articulación de
las prácticas locales y nacionales con las europeas e internacionales desde la
óptica del internacionalismo solidario.
Muchos problemas vitales tienen un ámbito de
resolución necesariamente transnacional. Hay que tenerlo claro por mucho que
nos pueda desasosegar la dificultad para vislumbrar los medios eficaces de
acción en ese ámbito. Un ejemplo: si los salarios disminuyen en los países
desarrollados por el dumping laboral que practican las empresas multinacionales
(EMN) a través de sus cadenas de producción globales (el 60% del PIB mundial,
según la OIT), y la protección social (salario diferido) por el fraude/elusión
fiscal que las EMN practican con la ayuda de algunos gobiernos (de dentro y de
fuera de la UE), el ámbito de solución de estos dos macroproblemas es
necesariamente europeo e internacional. Por un lado está la acción sindical
internacional para obligar a las EMN a firmar acuerdos marcos mundiales que
involucren a las cadenas de empresas subcontratadas y a que los cumplan; por
otro, la acción política y sindical para que gobiernos y empresas suscriban y
cumplan los convenios de la OIT.
Para hacer que las EMN paguen los impuestos
que deben y donde deben, y de un modo más general para luchar eficazmente
contra el fraude fiscal, el blanqueo de capitales y la propia existencia de los
cada vez más boyantes y numerosos paraísos fiscales –entre ellos varios Estados
de la UE y de los EE UU-, el ámbito de resolución es necesariamente
transnacional, europeo y mundial. La UE se juega mucho si no es coherente en
este terreno –y estamos viendo como el Consejo y el Eurogrupo pone trabas a las
buenas iniciativas de la Comisión sobre el tema- pero, en cualquier caso, un
desmembramiento de la Unión haría imposible cualquier progreso hacia la
erradicación de estas lacras que minan los ingresos fiscales y la democracia.
Las oportunidades para el cambio se abrirán en
Europa sólo si somos capaces de establecer una alianza sólida entre la izquierda
política y la izquierda social, en torno a un programa socialmente avanzado y
democrático que tenga un signo inequívocamente europeísta e internacionalista.
No hay espacio en los límites de este artículo
para desarrollar sus contenidos Hay ya bastantes personas y organizaciones
empeñadas en trabajar en esta dirección. Sólo añadiré, a lo dicho hasta ahora,
que es urgente que la zona euro tenga los requisitos de una “zona monetaria
óptima”: BCE en plenitud de funciones, Tesoro común, eurobonos, política fiscal
armonizada, etc. Y que la propuesta de refundación política debería basarse en: un gobierno económico que
incluya como objetivos principales de sus políticas la creación de empleo de
calidad y la búsqueda de la cohesión social; el establecimiento de sistemas
europeos de normas marco sociales y laborales avanzadas; y, el diseño de un
modelo de gobierno de la UE más democrático, transparente y eficaz.
Esta perspectiva europea es inseparable de una
nueva política mundial que promueva: la paz a través de la justicia en las
relaciones internacionales y la universalización de todos los derechos humanos
(Declaración de 1948 de la ONU y normas derivadas); un nuevo modelo de
relaciones económicas y comerciales que impulse los Objetivos de Desarrollo
Sostenible (Agenda 2030) y el cumplimiento del Acuerdo de París (2015) sobre
cambio climático, el crecimiento económico de la mano del comercio justo, los
derechos laborales y sociales y una más justa distribución de la riqueza; la
reforma del sistema de Naciones Unidas y sus agencias para hacerlo más
democrático y coherente en sus normas y actuaciones en el camino de prefigurar
un gobierno democrático del mundo; y, la justicia universal a través de los
tribunales internacionales.
La izquierda europea debería unirse superando
los sectarismos para trabajar en esta perspectiva y hacer que el agente de este
cambio fuera una UE unida y fuerte. Así recobraría la hegemonía cultural y
política. Propiciar la destrucción de la UE, por mucho que nos disguste en su
rostro actual, sería el suicidio de la izquierda y, tal vez, de la humanidad.