viernes, 26 de mayo de 2017

¿LA GLOBALIZACIÓN EN LA ENCRUCIJADA? UNA REFLEXIÓN SOBRE EL PAPEL DEL SINDICALISMO Y DE LA IZQUIERDA


Javier Doz
Consejero del Comité Económico y Social Europeo (CESE), CCOO
Artículo publicado en el nº 10 de la Revista Perspectiva de la FSC-CCOO-CAT, en castellano y catalán: https://perspectiva.ccoo.cat/

    1. ¿La globalización cuestionada?
¿Está la globalización en alguna suerte de encrucijada? ¿Existen tendencias políticas poderosas que pueden paralizarla o frenarla? ¿Es el modelo neoliberal de globalización el que está en cuestión o la globalización misma? ¿Vencerá la lógica económica de las fuerzas productivas y de las innovaciones de la revolución digital o la “lógica” política de los nacionalismos renacidos? ¿Qué dicen de todo esto las fuerzas políticas de la izquierda y los sindicatos? ¿Pueden jugar algún papel relevante en una nueva encrucijada histórica, o dejarán pasar (de nuevo) la oportunidad? Estas son, a mi juicio, preguntas de palpitante actualidad y respuesta compleja y difícil. Voy a intentar responderlas, siquiera sea parcial y esquemáticamente, y siempre con mucha precaución por ser consciente de las incertidumbres y riesgos de los procesos a los que me refiero.


2. Recordemos algunas cosas del primer proceso de globalización del capitalismo y su trágico fin
La primera gran globalización del capitalismo (1870-1914), impulsada por las innovaciones del calibre del uso del petróleo y la electricidad como fuentes de energía, del acero para la construcción de edificios, infraestructuras y armas, del motor de explosión para el transporte, y del telégrafo y el teléfono para las comunicaciones, concluyó cuando la pugna económica, política y militar entre los nacionalismos europeos estalló en los “cañones de agosto”, abriendo uno de los períodos más trágicos –si no el que más- de la historia de la humanidad, período que se cerró en 1945.
Las fuerzas políticas y sindicales que defendían los intereses de la clase obrera en los países industrializados –socialistas marxistas de la 2ª Internacional, en su parte más importante- se plegaron de forma mayoritaria, en las grandes potencias europeas, a la influencia de los nacionalismos. Asesinado el gran líder del socialismo francés y consecuente pacifista, Jean Jaurés, el 31 de julio de 1914, la mayoría de los diputados socialdemócratas votaron los créditos para hacer la guerra en los parlamentos nacionales de los principales países contendientes, siguiendo las indicaciones de sus gobiernos conservadores y envueltos por las oleadas de patriotismo –de ese tipo de patriotismo al que tan bien se le podía aplicar la máxima de Samuel Johnson de ser “el último refugio de los canallas”-, inoculado por los políticos, intelectuales y periodistas nacionalistas.
La gran carnicería empezó por un complejo conjunto de razones que interactuaban en la peor de las direcciones pero, sin duda, uno de sus vectores de mayor fuerza fue la combinación, por una parte, del proteccionismo comercial y el nacionalismo económico impulsados por los nacionalismos conservadores  enzarzados en la pugna interimperialista y, por otro lado, la ausencia de alternativa sólida al nacionalismo político y económico por parte de los partidos socialdemócratas, los sindicatos y otros potenciales aliados políticos de la izquierda. En esto influyó que la primera globalización del capitalismo, que había producido una gran expansión de la industria y de los procesos de urbanización y de creación de grandes contingentes proletarios que tuvieron su reflejo en la expansión de los sindicatos y de los partidos socialdemócratas de ideología marxista, fue vista con mucho recelo por parte de los militantes de estas organizaciones, en cada país, por las consecuencias que traía de despidos,  cierre de las empresas menos adaptadas a la competencia capitalista y por el aumento de la explotación laboral –según sectores y países- y el crecimiento de la desigualdades sociales.
El gran fracaso del compromiso de la 2ª Internacional de parar la guerra, mediante lo que hubiera sido la primera huelga general europea, llevó a su ruptura y a la creación -triunfante revolución bolchevique en Rusia mediante- de la 3ª Internacional. El desprecio a la democracia desde sus inicios -¡qué lúcidas resultaron las advertencias al respecto de la gran revolucionaria polaco/alemana Rosa Luxemburgo!- y la posterior degeneración estalinista terminaron convirtiendo la Revolución Rusa y sus epígonos en un fracaso histórico de extraordinaria envergadura cuyas consecuencias siguen vivas. La profunda división del movimiento obrero entre sus componentes socialdemócrata y comunista ayudó a los más importantes triunfos del fascismo y el nazismo en Europa, hasta el giro de la 3ª Internacional que propició la política de los frentes populares, por un lado, y el desarrollo del New Deal roosveltiano/keynesiano, por otro.
Para terminar de señalar algunas otras similitudes entre los procesos históricos de la primera y segunda globalización del capitalismo –esta última la podríamos datar desde 1980 hasta nuestros días-  se pueden señalar las que hay entre la Gran Depresión de los años treinta del Siglo XX y la actual Gran Recesión. La primera se produce en ese período de relativa calma –como la que existe en el ojo de los huracanes- de los años veinte. En estos años se produce una notable expansión del capitalismo financiero, al calor de las necesidades de financiación de la reconstrucción de las naciones europeas más afectadas por la Gran Guerra, para soportar el endeudamiento de sus Estados. La creación de burbujas financieras y bursátiles, con epicentro en Wall Street, también fue fruto del aumento de las desigualdades –en su base está el debilitamiento del poder sindical y de la negociación colectiva, según han analizado Thomas Piketty y otros autores-. Las políticas de austeridad, practicadas por los gobiernos conservadores, transformaron la Gran Crisis en la Gran Depresión, terreno favorable para el auge del nazismo y el fascismo en Europa. En particular, los brutales recortes de gasto y empleo públicos, practicados por el Canciller Brunning entre 1930 y 1932, condujeron a Alemania a una profunda depresión con seis millones de parados, factor que ayudó al ascenso de Hitler al poder junto con el enfrentamiento frontal –en el Reichtag y en la calle- entre socialdemócratas y comunistas.


  3. El modelo neoliberal de globalización
La segunda gran oleada de globalización del sistema capitalista mundial tiene en su base la tercera gran revolución tecnológica –la de las tecnologías de la información y la comunicación- que ha enlazado, al cabo de 30 años, con lo que una parte de los analistas catalogan como cuarta –la revolución digital-, mientras que otros la consideran una prolongación y profundización de la tercera. Entre los factores políticos que determinan el carácter de la 2ª globalización y que permiten definirla desde sus orígenes con la etiqueta de “neoliberal” están: la influencia profunda de la “revolución conservadora anglosajona” (Tatcher y Reagan) en las élites económicas y políticas mundiales y la rápida implosión (1989-1991) del “socialismo real” en la URSS y su glacis geopolítico de la Europa central y oriental.
Una de las características esenciales del modelo neoliberal de globalización es la hegemonía del capital financiero, propiciado por su capacidad de circulación en tiempo real sin apenas controles, que lleva a lo que muy descriptivamente se llama financiarización de la economía mundial. Este fenómeno va acompañado de los de evasión y elusión fiscales, propiciados por la existencia de los paraísos fiscales que las élites económicas y políticas no quieren suprimir y sólo apenas se ven obligados a controlar un poco cuando sube la presión de las opiniones públicas. Este es uno de los factores principales de la erosión fiscal de los Estados nación, utilizada hipócritamente como fundamento de la llamada “crisis fiscal del Estado” por parte de los mismos que la generan voluntariamente. La erosión fiscal inducida por las bajadas de impuestos, el fraude fiscal y los paraísos fiscales, ha sido la palanca para justificar ante las opiniones públicas el deterioro de los Estados de bienestar en los países desarrollados. Las bajadas de impuestos han beneficiado sistemáticamente a las personas de mayor renta. Todo ello produce un debilitamiento de la función redistributiva del Estado (reparto secundario de la renta). Los ataques a la negociación colectiva y a  la capacidad de acción de los sindicatos debilitan, por otro lado, el reparto primario de la riqueza entre capital y trabajo. Juntos son los factores de aumento de la desigualdad en los países desarrollados que prepararon, junto con la desregulación financiera, las condiciones para la creación de la enorme burbuja financiera que estalló en 2007/2008. Las políticas de gestión de la crisis no han hecho sino aumentar la desigualdad en una mayoría de países.
Hay que llamar la atención de que el crecimiento de la desigualdad es una tendencia general desde 1980, pero que presenta notables diferencias por países y períodos más cortos. Algunos países europeos en situaciones bien diversas, como Alemania y Portugal, no la ven incrementada en el período más agudo de la crisis actual (2009-2013), mientras que se dispara en España y Grecia y crecen sus valores medios tanto en la UE28 como en la eurozona. Si consideramos todo el período de la 2ª globalización, los últimos estudios del FMI sobre evolución de la desigualdad en los 30 años comprendidos entre 1985 y 2015[1], nos muestran que, sobre una amplia base de países analizados, sólo en tres de ellos disminuyó la desigualdad –Brasil, Francia y Corea del Sur-, mientras que aumentó en la gran mayoría y en la media global de un modo notable. España e Italia, se sitúan en la parte media/baja del aumento, EE UU y el Reino Unido están en lugares de cabeza, pero la negativa palma se la llevan, en orden ascendente, estos seis países: India, Nigeria, Bangladesh, Indonesia, Rusia y China. China destaca sobre todos ellos y el que este dato sea compatible con el hecho de haber sacado de la pobreza absoluta a casi 400 millones de personas, desde que Deng Siaoping impulsara en 1978 la vía acelerada hacia el capitalismo, bajo la dictadura del PCCH, sólo se explica por las enormes tasas de crecimiento de su economía desde entonces.
El aumento de la desigualdad y la hegemonía del capital financiero condujeron irremisiblemente –ante la ausencia de reacción política- a la creación de las burbujas financieras –acompañadas en varios países por burbujas inmobiliarias- cuyo estallido produjo la crisis actual de la que todavía no hemos salido en términos económicos, y mucho menos aún en términos sociales y políticos. La crisis política ha afectado a muchos Estados, en Europa y en otras regiones del mundo, cuestionando la legitimidad de sus sistemas políticos, y, en particular a la UE, cuya pervivencia está siendo puesta en cuestión.
Sin caer en alarmismos innecesarios –todavía la situación que vive Europa y el mundo está lejos de alcanzar la gravedad que tenía en el período de entreguerras de la primera mitad del Siglo XX-, algunas de las tendencias políticas actuales más preocupantes son reconocibles con las que entonces se manifestaron. En primer lugar, el auge de los nacionalismos autoritarios y de los partidos de extrema derecha que cuestionan con diferente grado de intensidad los sistemas democráticos y los derechos humanos y, por supuesto, la Unión Europea. Estos partidos están en el gobierno de Polonia y Hungría; han incrementado su fuerza electoral por doquier, lo que ha permitido a Marine Le Pen alcanzar, en la segunda vuelta de las presidenciales francesas, el mejor resultado de la historia del Frente Nacional (33,9% de los votos); o ser la primera fuerza en el Reino Unido en las últimas elecciones europeas, caso del UKIP, y apuntarse, junto con al ala derecha de los tories, el triunfo en el referéndum del Brexit, que ha supuesto un duro golpe para la UE.
El papel que en los años 20 y 30 jugaron los judíos y los apátridas, lo tienen hoy los inmigrantes , en particular los musulmanes, estigmatizados en bloque utilizando las brutales acciones terroristas de Al Qaeda y el Estado Islámico. El racismo, la xenofobia y la islamofobia han logrado convertirse en señuelo de la extrema derecha para amplios sectores sociales, también para las clases populares golpeadas por la crisis y la gestión neoliberal y ordoliberal alemana de la misma.
El avance del nacionalismo y la extrema derecha y la degradación autoritaria de sistemas democráticos, al calor del racismo y la xenofobia, se extienden por todas las regiones del mundo: Donald Trump en los EE UU, Putin en Rusia, Erdogan en Turquía, Al Sisi en Egipto, Rodrigo Duterte en Filipinas, etc.
La elección de Donald Trump como presidente de los EE UU tiene otro significado que se relaciona directamente con las preguntas que formulaba en el comienzo de este artículo. Su programa económico se basa en el nacionalismo y el proteccionismo comercial, combinado con liberalización financiera, bajada brutal de impuestos, enormes recortes sociales y medioambientales y aumento de los gastos militares y supuestamente de la inversión pública (aunque estas “cuentas” son imposibles de cuadrar). La salida del TP, la congelación del TTIP y la renegociación del TLCAN, ponen en cuestión, sin duda, uno de los pilares de la globalización: la liberalización comercial. La ideología del nacionalismo económico impregna a la mayoría de los votantes del Brexit, aunque el Partido Conservador haga equilibrios entre sus principios librecambistas y el oportunismo político extremo de algunos de sus dirigentes.
Aún es pronto para predecir si el proteccionismo comercial y el nacionalismo económico se consolidarán y paralizarán la globalización o si acabarán venciendo las tendencias profundas marcadas por la revolución digital y por los intereses de fondo de los capitales multinacionales. Pero, en todo caso, un escenario mundial definido por vectores como: un incremento del proteccionismo, que supusiera una disminución del comercio mundial; la anulación de la capacidad regulatoria de la economía mundial de las estructuras multilaterales globales –como el G7, el G20, el Consejo de Estabilidad Financiera (Basilea), etc.-, por limitada que hoy sea dicha capacidad; una UE incapaz de resolver su crisis política, no digamos ya una UE que entrara en una senda de desintegración; y , además, la vuelta a la desregulación financiera completa, como acaba de decretar Donald Trump; es decir el escenario que se deriva de la aplicación del seudoprograma electoral de Donald Trump no sólo pondría en cuestión la 2ª globalización sino que produciría una profunda crisis económica y política de consecuencias imprevisibles.


   4.  La crisis de la socialdemocracia y la división de la izquierda
Otra de las similitudes entre lo sucedido en la actual crisis con lo que ocurrió en el primer tercio del Siglo XX, viene dada por la crisis de la socialdemocracia y por el hecho de que sus relaciones con las fuerzas políticas que, en Europa, surgen a su izquierda están marcadas por la disputa de la hegemonía en ese campo político lo que origina una división profunda de la izquierda. Aunque sea un fenómeno difícilmente evitable, al menos en un principio, no hay que dejar de subrayar que esa división se produce cuando más necesaria sería la unidad para que la superación de la crisis pueda llevar a un cambio de modelo favorable a los trabajadores, para que pueda plantearse una alternativa al modelo neoliberal de globalización basada en la globalización de los derechos, de los derechos humanos, sociales, económicos y políticos.
No hay muchas dudas sobre el hecho de que la socialdemocracia europea ha sido incapaz de defender un modelo de globalización diferente del neoliberal. Las terceras vías de Blair y Schroeder se han identificado plenamente con dicho modelo, con apenas unos toques de políticas sociales, y, estallada la crisis, todavía menos han sido capaces de plantear una alternativa de gestión de la crisis diferente de la impuesta por el gobierno alemán de la Sra. Merkel, con la ayuda de otros países acreedores, y que está basado en una dañina síntesis del ordoliberalismo alemán de los años 30 con los principios del Consenso de Washington.
Mientras, la corriente comunista de la izquierda, fuerte en los países del sur de Europa, sufrió inevitablemente las consecuencias del hundimiento del comunismo soviético. No fueron evitadas por la fugaz aparición del eurocomunismo. Hoy, en unos casos –Italia- se ha diluido plenamente: ¿quién pudiera pensar que el PD de Mateo Renzi hunde sus raíces en el histórico PCI de Togliatti y Berlinguer? En otros –España y Francia-, forman parte minoritaria de nuevos partidos o movimientos –con fuertes incrustaciones de la extrema izquierda tradicional- que cuestionan el sistema económico y político y –con matices- las propia pervivencia de la UE: son los casos de Podemos/Unidos Podemos y de Francia Insumisa. En España, la pugna por la hegemonía de la izquierda, entre el PSOE y Podemos, ha impedido desalojar al PP del gobierno tras las elecciones de diciembre de 2015 y el largo período de gobierno interino, en un proceso en el que a mi juicio ambas formaciones comparten responsabilidades. En Francia, lo acabamos de ver, Mélenchon ha roto la tradición republicana de cerrar el paso a la extrema derecha en las segundas vueltas preconizando la abstención o el voto en blanco en la elección entre Macron y Le Pen. Al menos el PCF –también DIEM 25, la plataforma europea que impulsa Yanis Vroufakis- han recomendado el voto a Macron, a pesar de la oposición a su programa.
Sólo en Portugal, donde ningún pacto político entre el PCP y el PS había sido posible desde la Revolución de los Claveles, un acuerdo programático de izquierdas permite gobernar al socialista António Costa con el sostén parlamentario del PCP y del Bloco de Esquerda, cumpliendo razonablemente los compromisos y sin ser hostigados, por el momento, por la troika. Por eso resulta contradictorio y paradójico que uno de los fundadores del Bloco, Francisco Louça, en el debate de Espacio Público[2] (diario digital Público) sobre la izquierda y la UE, formule como ejes de la acción política de la izquierda europea: el abandono del euro y de la UE para practicar una política económica basada en la sustitución de importaciones, el proteccionismo comercial y el nacionalismo económico, complementada con una acción política centrada en unos Estados nación reforzados y en la lucha de la izquierda contra el centro (la  socialdemocracia) y la derecha. Esta orientación que, a mi juicio conduce al desastre, es compartida por una parte importante de los partidos y movimientos a la izquierda de la socialdemocracia.
Sólo en Grecia, un partido de la nueva izquierda alternativa europea –Syriza- ganó las elecciones en enero de 2015 y formó gobierno, tras el hundimiento del PASOK, mientras que la continuidad del paradigma del estalinismo –el KKE o Partido Comunista del exterior- continuaba en su ostracismo. La actitud de las instituciones europeas y de la troika, y de los gobiernos nacionales, presionados por el gobierno alemán, forma parte de la crónica más negra de la historia de Europa. La aplicación, al margen de procedimientos democráticos y vulnerando leyes nacionales e internacionales, del más brutal y contraproducente de los programas de austeridad no sólo ha hundido la economía griega (-28% del PIB) y disparado su deuda (la que presuntamente debería haber reducido), produciendo niveles desconocidos de pobreza y desigualdad, sino que ha sido uno de los principales factores de la crisis política que está poniendo en peligro la existencia de la UE. Además, es uno de los factores de la crisis de la socialdemocracia y de la división de la izquierda. Quienes organizaron el castigo ejemplar del Gobieno de Syriza, no sólo eran dogmáticos de una economía política errónea e injusta; tenían un objetivo político muy claro: impedir que cundiera el ejemplo en Europa. Esto hermanó a la derecha con casi todos los partidos y gobiernos socialdemócratas (con la sorprendente excepción de un político que iba por libre, Enmanuel Macron, Varoufakis dixit[3]).
Como se puede deducir de este relato, la izquierda europea no sólo ante la globalización, sino ante la más apremiante cuestión de cómo encarar la crisis de la Unión Europea se encuentra bloqueada entre la capitulación programática y política de la socialdemocracia y la falta de una alternativa mínimamente sólida de los partidos de la izquierda llamémosla alternativa[4] que muchas veces caen en la confusión, o en la defensa de posiciones antieuropeas o cercanas al nacionalismo económico o al proteccionismo, y que pueden llegar, incluso, a confundirse con las de la extrema derecha.


  5. El sindicalismo ante la encrucijada de la globalización
La reflexión tiene que ser común del sindicalismo confederal, o de clase, y de la izquierda política, aunque lógicamente los planos de acción son distintos y el sindicalismo tiene que conservar su autonomía respecto de los partidos políticos (o adquirirla allá donde todavía no la tiene).
A pesar de sus limitaciones y a la influencia de las culturas políticas y las tradicionales sindicales nacionales, el sindicalismo está en mejores condiciones que la izquierda política para enfrentarse al reto de construir una alternativa programática y práctica a la globalización neoliberal. Porque tiene internacionales sindicales –CSI, CES, las FSI, Global Unions- que, con todas sus debilidades e insuficiencias, actúan en los ámbitos políticos globales –OIT, FMI y BM, OCDE, OMC, G7 y G20, etc- y regionales –UE, Mercosur, etc.-, y desarrollan prácticas cuya extensión y reforzamiento son claves para la universalización de los derechos laborales y sindicales y, por lo tanto, para el control democrático de los procesos de globalización. Me refiero a las prácticas que llevan a las federaciones sindicales internacionales (FSI) a cerrar acuerdos-marco mundiales con las empresas multinacionales (EMN). Especialmente importantes son aquellos acuerdos que incluyen a las cadenas de subcontratación.
Por el contrario, las internacionales políticas son estructuras completamente burocratizadas y de nula influencia en los procesos políticos mundiales. Basta recordar que el Partido Nacional Democrático, egipcio, y la Agrupación Constitucional Democrática, tunecina, de los dictadores Mubarak y Ben Alí, eran miembros de la Internacional Socialista en el momento de estallar en sus países las revoluciones de la Primavera Árabe. O también, el lamentable papel, sobre todo por nulo, jugado por el Partido Socialista Europeo ante la nefasta gestión alemana de la actual crisis europea. Por su lado, las coordinaciones de la izquierda alternativa, o de lo que queda de los partidos comunistas, van poco más allá de lo meramente testimonial, y en ocasiones se descuelgan con apoyos a causas muy poco democráticas. No resulta nada fácil sustraerse, en las sociedades democráticas, de la dictadura que ejerce sobre los partidos políticos el continuo sometimiento a las lógicas electorales y al cortoplacismo y localismo que generan.
Pero estas consideraciones no deben llevar a ningún sindicalista internacionalista a la ingenuidad de pensar que el sindicalismo puede lograr grandes cosas en solitario en el empeño de lograr la globalización de los derechos. La política –buena o mala- manda, incluso cuando está subordinada a la influencia de los poderes económicos que es lo que suele suceder. Por eso, cualquier alternativa democrática y socialmente avanzada -¿por qué no llamarla socialista?- a la globalización neoliberal pasa por construir una alianza de la izquierda política, el movimiento sindical y los movimientos sociales y las ONG en torno a dicho propósito. Alianza con vocación internacionalista, construida desde el arraigo de sus plataformas nacionales y locales y articulada, con programas y prácticas regionales y mundiales con plataformas que coordinen a las organizaciones representativas en dichos ámbitos de los partidos, los sindicatos y los movimientos sociales.
Muchos dirán que en el actual estado de división y confusión de la izquierda política un proyecto de esta naturaleza es inviable. Es muy difícil, sin duda, pero el problema es que no hay otro. Me refiero, por supuesto, como gran opción; en sus detalles casi todo está por escribir y por hacer. Cualquier otra opción, sobre todo aquellas que beben en el nacionalismo económico y político en cualquiera de sus variantes (la populista incluida) conducirán, en mi opinión, a dejar las cosas como están, en el mejor de los casos, y en algunos de ellos –si se producen convergencias prácticas y efectivas con la extrema derecha pujante en el mundo-, simplemente al desastre.
La alternativa del sindicalismo de clase internacional al modelo neoliberal de globalización tiene que basarse, inequívocamente, en los valores y prácticas del internacionalismo solidario, enlazando así con los que dieron origen a las organizaciones internacionales de inspiración marxista.
Para ello tienen que superarse las culturas sindicales que priman en exclusiva las prácticas nacionales o locales y miran con recelo  las supranacionales o el establecimiento de normas básicas comunes en ámbitos regionales como la UE para reforzar su carácter social. Tal es el caso de los sindicatos del norte de Europa o de los británicos. Igual sucede con el complejo tema del comercio internacional. El sindicalismo tiene una permanente tentación de plegarse hacia el campo del proteccionismo comercial. Está justificada por las prácticas de liberalización comercial y tratados de libre comercio que han olvidado los derechos laborales y sociales y la protección medioambiental y que han producido pérdidas de empleo –sin protección de los afectados- en unos u otros sectores de los países desarrollados, emergentes o en vías de desarrollo, aunque globalmente se haya producido crecimiento de las economías y del empleo. Pero la alternativa no es pasar, por ejemplo, de una crítica fuerte y precisa de los contenidos del TTIP, basada en los análisis y propuestas iniciales de la CSI, la CES y la AFL-CIO al campo del proteccionismo comercial, sin distinción clara con lo sostenido por el movimiento antiglobalización o la extrema derecha.  La opción adecuada es profundizar en la alternativa de comercio justo, en sus contenidos y en las prácticas de acción sindical y política necesarias para hacerla progresar.
El segundo gran pilar de valores y prácticas de una globalización alternativa se llama democracia, democracia supranacional para la globalización de los derechos. Los dos conceptos de la expresión son indisociables. Significa que la economía mundial y sus procesos de globalización deben de ser regulados para que no estén dominados por los intereses del capital financiero y las EMN. Significa que el Sistema de Naciones Unidas debe reformarse para construir los pilares de un gobierno democrático del mundo. Significa que los sistemas de diálogo social supranacional –del FMI, BM, OMC, OCDE, G20, G7, etc.- deben de ser formales y poder conducir al establecimiento de normas vinculantes. Significa, sobre todo, que la decana de las instituciones multilaterales internacionales y la única de carácter tripartito, la OIT, tiene que tener la capacidad de que sus convenios sean leyes internacionales del trabajo, reclamables en su cumplimiento ante tribunales internacionales del trabajo constituidos en su seno. Significa avanzar en la negociación colectiva supranacional, regional y global, extendiendo y reforzando los contenidos de los acuerdos mundiales con las EMN y sus cadenas de valor. Significa que hay que apoyar la extensión y reforzamiento de la Corte Penal Internacional como instrumento esencial para el respeto universal de los derechos humanos. Significa que hay que colocar en el primer plano político el cumplimiento de los Acuerdos de París sobre cambio climático y los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU; etc., etc.
Para no retroceder en lo conseguido y avanzar en esta orientación hay que enfrentarse decididamente contra la extrema derecha mundial y su máximo valedor, el actual presidente de los EEUU. Para ello el movimiento sindical internacional y la izquierda política, si tiene voluntad y programa para hacerlo, deberían forjar alianzas más amplias. Si se refugia en los soberanismos nacionales, pretendiendo darles un contenido de izquierdas, sólo conseguirá ayudar a la extrema derecha.
Hay que ser conscientes de que la marcha hacia un gobierno democrático del mundo y hacia la globalización de los derechos tiene un escalón regional imprescindible: la creación de áreas de integración económica y política regionales con estructuras políticas democráticas. La Unión Europea que era el modelo de referencia para el mundo está dejando de serlo por culpa de los malos y cortoplacistas políticos que la dirigen. Su irresponsabilidad no puede reforzarse por la irresponsabilidad de los sectores de la izquierda que apuestan por su desaparición. Hay que ser sumamente críticos con la UE –sobre todo con algunos gobiernos nacionales que son los que deciden y con los demás que se someten-, pero  la UE es el terreno de juego de la lucha de clases y de la historia que avanza. Los campos de juego nacionales no son mejores y volver a jugar sólo en ellos sería apostar por un retroceso histórico. Y por riesgos enormes: la destrucción de la UE sería el escenario ideal para el triunfo de los partidos nacionalistas y de la extrema derecha en muchas de sus naciones y, para volver por lo tanto a la historia anterior a 1945. Sólo quien pretende ignorar las lecciones de la historia puede minusvalorar el hecho de que, hasta esa fecha, la historia de Europa ha sido la historia de las guerras entre sus naciones, por la hegemonía económica, política y militar.
La alternativa a la crisis política de la UE es la que viene formulando una parte del sindicalismo europeo –CCOO en lugar destacado- y de la izquierda política. La refundación política de la UE, en un sentido democrático y socialmente avanzado, orientada hacia un modelo federal. Construir un sistema de normas sociales y laborales básicas comunes sería el núcleo del Pilar Social de la UE. No queda espacio en este ya largo artículo para desarrollar esta propuesta. Sólo señalar dos cosas: en el corto plazo hay que crear un gobierno económico democrático de una eurozona con presupuesto propio, política fiscal, tesoro único, eurobonos, BCE con competencias plenas, etc. Si Alemania se resiste, que lo hará, pude acabar siendo la responsable de la destrucción de lo que tantos beneficios le ha reportado. Hay que intentar forjar una alianza que supere este duro obstáculo. La segunda consideración es que no se puede ceder más soberanía si no es a cambio de democracia y de garantía de avance social mediante leyes europeas. No se puede repetir la lamentable ratificación del nuevo Tratado, llamado Pacto Fiscal, que no es sino un instrumento no democrático para aplicar las políticas de austeridad.
Por último, para que el sindicalismo confederal vaya cerrando la gran brecha que existe entre la globalización del capital y de su poder y la capacidad de acción sindical internacional, no queda otra alternativa que definir las estrategias adecuadas y reforzar las internacionales sindicales y la atención y los recursos que los sindicatos nacionales les dedican, a ellas y a las prácticas sindicales supranacionales.

[1] Daniel Franco: Presentación en el Seminario Envolving Fiscal Policies in Europe (Departamento de Asuntos Fiscales y Oficina Europea del FMI, Bruselas, 5 de mayo de 2017), sobre las bases de datos del FMI. Se trata de tasas de crecimiento/decrecimiento de la desigualdad. En valores absolutos, China que partía de una notable igualdad, se acerca ya a Brasil y otros países de la región más desigual: América Latina
[2] Diario Público: Espacio Público: “Se abren o cierran oportunidades para el cambio en Europa?: http://www.espacio-publico.com/
[3] En un artículo publicado en Le Monde (2/05/2017), en el que Varoukakis pedía el voto para Macron, el antiguo ministro de finanzas del gobierno de Tsipras revela que Macron fue el único ministro europeo que intentó ayudar a Grecia, en la negociación del tercer Plan de rescate (junio de 2015), frente a las imposiciones de Alemania;  y que la propuesta de mediación de Macron fue bloqueada finalmente por el presidente Hollande que cedió a las presiones de Angela Merkel.
[4] No me gusta utilizar ni la palabra populismo que es muy ambigua –aunque a algunos dirigentes de Podemos les gusta- ni hablar de extrema izquierda aunque ésta esté presente en algunas de las coaliciones y movimientos.