martes, 28 de octubre de 2014

Corrupción. El aire es ya irrespirable. Urge la regeneración de nuestra democracia

La llamada Operación Púnica, dirigida por el juez de la Audiencia Nacional Eloy Velasco, ha contabilizado en el día de ayer 51 detenidos, entre alcaldes, políticos regionales, altos funcionarios y empresarios de Madrid, Murcia, Valencia y León. Según la Fiscalía anticorrupción formaban parte de una trama delictiva -corruptores y corruptos juntos- que cobraba un 3% del valor de cada uno de los contratos que eran adjudicados a los empresarios.

La parte más densa de la trama se concentra en Madrid, donde han sido detenidos seis alcaldes -cuatro del PP, uno del PSOE y un independiente- y el que fuera durante bastantes años número dos del PP regional y brazo derecho de Esperanza Aguirre, Francisco Granados. En León, ha caído el Presidente de la Diputación.

Este asunto junto con el de las tarjetas black de Caja Madrid - Bankia van a ser, probablemente, las dos gotas que colmen el vaso de la indignación popular por la corrupción. Máxime cuando han venido acompañados de nuevos episodios, o nuevas informaciones relacionadas por otros episodios de corrupción que podemos llamar "clásicos". La lista es impresionante: Gurtel y Bárcenas (con Acebes y el alcalde de Toledo imputados), Clan Pujol (con los hijos Jordi y Oleguer como protagonistas), Trías, Caixa Catalunya, Bancaja, EREs andaluces y fraudes en la formación, etc., etc.

La impresión de la mayoría de la ciudadanía es que la corrupción es un hecho generalizado entre los políticos españoles. Es posible que sea una afirmación exagerada pero hace tiempo que superamos el nivel de lo que algunos consideran como "inevitable" grado de corrupción de cualquier sociedad democrática. Durante todo el día me he preguntado si estamos llegando a "tangentópolis" y la respuesta que a mí mismo me he dado es que todavía no pero estamos cerca.

A diferencia de lo ocurrido en otros casos, las organizaciones afectadas han respondido suspendiendo de militancia o expulsando a los imputados. Con mayor o menos celeridad y contundencia, eso sí. Son conscientes que la ciudadanía española ya no aguanta más y que, a diferencia de lo ocurrido en otras elecciones, en las próximas la corrupción sí va a hacer pagar pesados costes a sus principales protagonistas.

Cuando la desconfianza en quienes nos gobiernas y en las principales instituciones (gobierno, parlamento, partidos políticos) alcanza cotas de entre el 80% y el 90%, el problema es ya de profunda erosión y deslegitimación de las instituciones democráticas. En medio de la grave y prolongada crisis económica que padecemos, y de sus secuelas de desempleo, pobreza y desigualdad, la deslegitimación de las instituciones democráticas nos hace entrar en una zona de alto riesgo político.


A quienes nos gobiernan, a los partidos políticos, en primer y destacado lugar, pero también a los sindicatos y organizaciones empresariales y a  las organizaciones sociales hay que exigirles una reacción urgente y contundente contra la corrupción y por la regeneración de la democracia española.

Esta reacción pasa necesariamente por apartar definitivamente de la política a los corruptos y llevarlos ante la justicia. Pero también hay que apartar de la política a quienes tienen una responsabilidad directa en el encubrimiento de la corrupción. Es inconcebible que pueda encabezar la regeneración de la democracia española el autor del celebre sms "Luis. sé fuerte" dirigido al cuarto tesorero nacional del PP procesado por corrupción, días después de conocerse que tenía cuentas millonarias en Suiza, y dos años después de estallar los casos Gurtel y Bárcenas. O la autora de la famosa explicación del "finiquito, en diferido, a modo de simulación" para justificar por qué se le había estado pagando durante dos años a Luis Bárcenas 24 veces el salario mínimo interprofesional por no realizar ningún trabajo y, por lo tanto, con una finalidad que la lógica y el sentido común indican que no podía ser otra que la de comprar su silencio.

El hecho de que dos de los más graves casos de corrupción de la larga lista afecten directamente a la dirección nacional del PP, hoy en el Gobierno del Estado y de la mayoría de los ayuntamientos y las comunidades autónomas, dificulta gravemente adoptar soluciones ejemplares y creíbles para erradicar la corrupción. Pero éstas no pueden esperar más tiempo. El aire es ya irrespirable. 

Corresponde a la sociedad, a las organizaciones sociales que representan de diferentes modos y en diferentes momentos y grados a la ciudadanía ponerse a cabeza de esta exigencia nacional e interclasista (aunque quienes más padecen los costes de la corrupción sean siempre los de abajo). A los partidos políticos y a las organizaciones sociales afectadas corresponde ejecutar pronta, eficaz y justamente esta demanda nacional, empezando por depurar a todos los responsables y encubridores. Si no lo hacen sobrarán y otros vendrán si es que la democracia lo aguanta. La hora ha llegado.








miércoles, 15 de octubre de 2014

La crisis del ébola y las políticas de salud pública y cooperación internacional



La crisis provocada por el contagio por el virus del ébola de la auxiliar de enfermería Teresa Romero, en el Hospital Carlos III, ha puesto de manifiesto, además de los graves fallos y la incompetencia de las autoridades sanitarias del Estado y de la Comunidad de Madrid, la importancia de las políticas de salud pública y el sentido que tienen las de cooperación internacional al desarrollo, aún en momentos de crisis económica.

Es probable que la dimensión de la crisis sea mayor en sus aspectos políticos, en particular en lo que se refiere a la desconfianza de la ciudadanía en sus responsables políticos, que, por el momento, en los estrictamente sanitarios. Aunque una enfermedad infecciosa que tiene una tan elevada tasa de letalidad -entre el 50% y el 90%-,  de la que no existe todavía vacuna, y que es relativamente poco conocida, siempre es un problema grave de salud pública.

La desconfianza de la ciudadanía en los responsables políticos, que tiene una base permanente construida sobre la percepción de una corrupción generalizada y otras malas prácticas, se vio alimentada durante la semana posterior al conocimiento del contagio de Teresa, por una nefasta política de comunicación. Algunos medios sensacionalistas la utilizaron para vender alarmismo. 

La desconfianza se fue trocando en indignación ante actitudes como la del consejero de sanidad de la Comunidad de Madrid, Javier Rodríguez, que para intentar tapar su responsabilidad en los graves errores de gestión de la crisis, culpabilizó, en tono ofensivo y chulesco, a Teresa de su propio contagio y del peligro de contagio de las personas con las que ella se relacionó. Sus declaraciones, reiteradas durante dos días, han sido un ejemplo descollante de falta de ética. Su irresponsabilidad se ve agravada, y raya en la provocación, por el hecho de haber firmado, en plena crisis, el decreto que liquidaría definitivamente el Carlos III, cuando desde todos los medios sanitarios y desde los ámbitos políticos y sociales se está reclamando justo lo contrario: que vuelva a ser el centro de referencia nacional para el tratamiento de las enfermedades infecciosas graves. 

La decisión del Consejo de Ministros del 10 de octubre de crear un comité de crisis, presidido por la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, que será asesorado por un comité científico integrado por personalidades de alto nivel, y de nombrar como portavoces oficiales a profesionales sanitarios competentes parece haber mejorado la situación. 

Deseo fervientemente, como la inmensa mayoría de los españoles, la recuperación de Teresa y la confirmación de que no hay más personas contagiadas. También que esto dé paso, si bien no sería imprescindible el retardo, a las  necesarias dimisiones -o ceses- de Ana Mato y Javier Rodríguez. Aunque tengo serias dudas de esto último, conocida la querencia del PP por no asumir -o retrasar su asunción al máximo- las responsabilidades políticas por los graves errores o los casos de corrupción, demostrable por una larga lista de nombres: Prestige, Yak-42, 11-M, Gurtel, Bárcenas, Comunidad Valenciana, etc.

Recortes, descoordinación e infravaloración del papel de las políticas de salud pública como telón de fondo
Sobre la crisis del ébola habrá que hacer un análisis en profundidad de todos los errores y carencias para que no se vuelvan a repetir. Me refiero a las cuestiones políticas de fondo, puesto que la evaluación de lo que ha fallado en lo relativo a la aplicación de los protocolos de actuación sanitaria y sobre la idoneidad de los mismos, tiene que ser urgente y permanente y realizarse por parte de profesionales expertos.

La crisis del ébola ha puesto de manifiesto las graves consecuencias de la política de recortes presupuestarios a la sanidad pública, la falta de importancia que dan los responsables del PP a las políticas de salud pública, la mala coordinación en materia de política sanitaria entre el Gobierno de España y los gobiernos de las comunidades autónomas, y, los muy perjudiciales efectos de los drásticos recortes de los fondos destinados a la cooperación internacional para el desarrollo.

España sin centro de referencia de enfermedades infecciosas
Varias de estas malas prácticas políticas convergen en el hecho de que no haya en España un sólo centro de referencia para el tratamiento de enfermedades contagiosas graves. Cuando el Carlos III lo era,implícitamente, tenía un nivel de seguridad P3, siendo que para el tratamiento de virus con los niveles de peligrosidad del ébola es recomendable un nivel P4. Ahora, las plantas del hospital que se utilizan han sido montadas y desmontadas apresuradamente para atender a los dos religiosos repatriados y a Teresa Romero y a las demás personas en riesgo de contagio. No tiene laboratorio para realizar las analíticas y las muestras tienen que ser trasladadas al Hospital de la Paz. 

Hay que exigir que el Hospital Carlos III se convierta en el centro de referencia de enfermedades infecciosas graves en España, dotándolo de los medios personales y materiales necesarios para ello. Hay que hacer que además de sus funciones terapéuticas, sea un centro de investigación puntero y colabore en las tareas de formación de los profesionales sanitarios y de otros colectivos como policías, personal de aduanas, etc.

Desdén por las políticas de salud pública de los privatizadores madrileños

La importancia que el gobierno de la Comunidad de Madrid da a las políticas de salud pública se puede medir por el hecho de haber suprimido la dirección general de tal nombre, dentro de la estructura de la Consejería de Sanidad. Se adujeron motivos de reducción del gasto. Pero un gobierno que tiene competencias plenas en materia de salud no puede hacer esta barbaridad. 

No tengo dudas de que estas decisiones, que han conllevado un riesgo para la salud de la población madrileña, están en relación con el afán privatizador de los consejeros que antecedieron en el cargo a Javier Rodríguez. Estuvieron bien apoyados por Esperanza Aguirre e Ignacio González, y sólo fueron parados por la impresionante movilización de los trabajadores de la sanidad madrileña (la "marea blanca") y por los tribunales que impidieron consumar el plan de la "tríada de la puerta giratoria": Güemes-Lamela-Lasquetty.

Frente a este desdén por lo público hay que exigir que las políticas de salud pública en general y, en particular, las destinadas a la prevención de las enfermedades infecciosas, tengan la importancia que merecen por parte de unas administraciones, central y autonómicas, que deben coordinar mucho mejor su trabajo y dotarse de las estructuras de gestión necesarias para su aplicación. Tendrían que empezar por la revisión de las estrategias de salud que se refieren a las enfermedades infecciosas y hacerlo en colaboración con el personal sanitario. 



La epidemia está en África: ¿donde está la cooperación oficial española?
El lugar donde hay que parar el ébola es en África, pero la cooperación oficial española para hacerlo apenas existe a pesar de los llamamientos de la OMS. Aportan más las personas individuales que, con extraordinaria generosidad, están trabajando allí como misioneros o miembros de ONG, como Médicos sin Fronteras, que el gobierno español. Esto es debido a que uno de la partidas presupuestarias que más drásticos recortes ha sufrido, como consecuencia de la política de austeridad es la destinada a cooperación internacional para el desarrollo. En los presupuestos del Estado ha caído un 60%. Las partidas destinadas a tal efecto en los presupuestos de la CAM y de los ayuntamientos se han reducido casi a cero. Justamente se está iniciando estos días en Madrid una campaña -Madrid Elige Solidaridad- para denunciar esta situación y exigir al gobierno de la CAM y a los ayuntamientos que restauren las ayudas a la cooperación para el desarrollo.

España tiene que cooperar en la lucha contra el ébola en África en la medida de nuestra riqueza que, ciertamente, está muy tocada por la crisis pero que todavía es enormemente superior a la que tienen países como Guinea, Sierra Leona o Liberia. Hay que hacerlo no sólo como acto de humanidad y solidaridad, razón que debería ser suficiente, sino también por interés. Aquellos a los que la solidaridad con otros pueblos, en momentos difíciles para nosotros, les cause recelo, deberían pensar que es para nosotros del mayor interés acabar con el ébola en sus países de origen. Porque terminar con la actual y mortífera epidemia y luchar por la erradicación completa del virus es también proteger la salud de la población de España, de Europa y del resto del mundo




jueves, 9 de octubre de 2014

La izquierda frente al Estado Islámico (II)

Javier Doz |
nuevatribuna.es | 09 Octubre 2014 

En la primera parte del artículo sostenía que es inevitable realizar una intervención política y militar contra el Estado Islámico en Iraq y Siria para ayudar a la población de los dos Estados y para evitar que una amplia zona del territorio de ambos, si no la totalidad de los mismos, caiga en manos de la más poderosa organización yihadista que haya existido nunca. Su consolidación en ese territorio permitiría al EI utilizarlo como plataforma para preparar acciones terroristas en Europa y otros países y para nuevas guerras de conquista de territorio que le permitieran progresar hacia su califato ideal. Después de ver cumplidas, el 11 de marzo de 2004, las amenazas de Al Qaeda contra España, por la intervención del gobierno de Aznar en la Guerra de Iraq, conviene no menospreciar en absoluto las amenazas de las organizaciones yihadistas.
Por estas razones y las expuestas en la primera parte del artículo no puedo entender que una parte de la izquierda no dé ninguna alternativa práctica para salvaguardar los bienes más preciados a defender en esta compleja y despiadada guerra: la vida, la integridad física y moral, la libertad y el bienestar de millones de personas. Tampoco puedo entender que su discurso y sus argumentos históricos y políticos, algunos de ellos ciertos, acaben siendo el reverso de los discursos intervencionistas que se basan sólo en consideraciones geopolíticas; o que, en algunos casos, se fundamenten casi en exclusiva en la premisa de que todo lo que venga de los EE UU es necesariamente malo.
Para tener un plan político sólido que permita alcanzar los objetivos mencionados, que difícilmente pueden dejar de ser rechazados por cualquier fuerza de izquierdas, hay que resolver, o tener en cuenta, problemas regionales muy profundos y complejos y líneas de fuerza actuantes que contienen factores contradictorios.
La Guerra de Siria
El primero problema, inseparable de cualquier solución, es el de la Guerra Civil Siria, desencadenada meses después de que en el Día de la Ira, del 15 de marzo de 2011, se iniciaran grandes movilizaciones de masas pacíficas que fueron brutalmente reprimidas por el ejército de Bashar al-Assad con armamento pesado. Desde entonces, la cifra de víctimas mortales ha superado, según la ONU, las 200.000, y el número de desplazados de sus hogares 9,6 millones, cerca de la mitad de la población, tres de ellos fuera del país. En la lucha militar contra la sanguinaria dictadura de los Assad, el Ejército Libre Sirio (ELS) ha ido perdiendo peso frente a los grupos de combatientes islamistas suníes[1]. Dentro de estos, el ISIS/EI se va convirtiendo aceleradamente en la fuerza principal que lucha contra todos: gobierno de Damasco, ELS y también contra los demás grupos islamistas (incluido Al Nusra, filial de Al Qaeda), al tiempo que implanta la sharia y el terror en los territorios que ocupa en Siria e Iraq, donde acaba por proclamar el Califato. A estas organizaciones, en particular aI EI, se han incorporado miles de yihadistas suníes voluntarios, procedentes de muchos países, principalmente de Europa, Norte de África y Oriente Próximo.  Apoyando al gobierno de Bashar al-Assad, luchan miles de milicianos chiíes libaneses de Hezbollah y guardianes de la revolución iraníes. Se trata, pues, de una guerra ya regionalizada, aunque sea parcialmente porque todavía no se han enfrentado Estados entre sí, directamente.
Existen otros factores que hay que tener en cuenta a la hora de plantear una salida justa y duradera. La necesidad de superar -o debilitar al máximo- la componente religiosa del conflicto y sus proyecciones políticas, evitando, por ejemplo, volver a caer en experiencias tan nefastas como la del gobierno sectario de Al Maliki en Iraq. Esto debería contribuir a poner en sordina las grandes y antiguas rivalidades entre Irán y Arabia Saudí por la hegemonía geopolítica en la región, que han incentivado que Arabia Saudí –en competencia con un nuevo rival interno en el campo suní, Qatar- haya financiado y suministrado armas a los yihadistas salafistas, incluidos algunos que se integraron en el EI. Mientras, Irán hacía lo propio con el régimen de Damasco.
Estrategia política y militar en el marco de la ONU
Cualquier intervención militar contra el EI que, como mínimo, pretenda no repetir los fracasos de Afganistán, Iraq y Libia, tiene que ir acompañada de un proyecto político coherente. Como lo tuvieron los Aliados para Alemania, Japón -y el mundo, en general- al término de la 2ª Guerra Mundial (dejando al margen su distorsión como consecuencia de la Guerra Fría). Los pilares de ese proyecto, para Siria e Iraq, son: democracia (por definición laica) y desarrollo económico y social impulsado por un vasto plan de  cooperación internacional. En el caso de Siria, se necesita un esfuerzo especial para reconstruir un país arrasado por la guerra[2]. Para desarrollar todas las componentes de la intervención sería necesario convocar una Conferencia Internacional, auspiciada por la ONU, en la que participaran los países de la Región.
Cualquier nueva intervención en Oriente Próximo también requiere, en paralelo, un abordaje serio y coherente del conflicto entre Israel y Palestina. Y esto pasa necesariamente por un plan que promueva la creación de un Estado palestino y el reconocimiento efectivo de los derechos de su pueblo ya proclamados por la ONU. No se puede pretender ser creíble ante las poblaciones de Oriente Próximo mientras se permite que Israel boicotee impunemente todos los planes de paz y se apoye o acepte pasivamente la masacre de la población civil de Gaza como respuesta a un acto terrorista individual.
Resulta evidente que la legitimidad de un plan de esta naturaleza, como la de cualquier otro similar, requiere de su aprobación por el Consejo de Seguridad de la ONU. Para ello resulta necesario contar con la colaboración de Rusia que, aunque está interesada en la destrucción del EI, no va a permitir que el Consejo de Seguridad avale con su voto el derrocamiento del gobierno aliado sirio. Rusia, además, mantiene las relaciones con EE UU y la UE bajo mínimos por el conflicto de Ucrania. Pero, la perspectiva de una guerra circular en Siria, con tres bloques, cada uno de los cuales lucha contra los otros dos, no ayuda al fin de la guerra y, menos aún, a una salida política estable y democrática. ¿Significa esto que hay que sacrificar al pueblo sirio y su derecho a vivir en una sociedad democrática al interés inmediato de derrotar al EI? No, en absoluto. De entrada, hay que partir de que la peor perspectiva para el pueblo sirio y para las fuerzas democráticas de oposición a la dictadura de  Al-Assad es la de una continuidad de la guerra, en la que progresivamente EI (flanqueado por Al Nusra, o el Frente Islámico) se hiciera con una completa hegemonía en el bando opositor. Entonces entre Al-Assad y el EI se escogería al primero. Por eso, hay que pactar con Rusia una salida política de la primigenia guerra de Siria que, forzosamente, debe significar la salida del poder de los Assad. Así se podrá aprobar, en el Consejo de Seguridad de la ONU, el marco jurídico y político de una intervención militar contra el EI y la reconstrucción democrática de Siria. Esto sería la mejor salida para todos, en particular para la oposición democrática, y desde luego para el pueblo sirio. Aunque llevara consigo concesiones geopolíticas a Rusia y una salida no traumática para los actuales gobernantes sirios, merecería ser defendida desde los valores democráticos y de izquierdas dada la complejidad del conflicto y su peligrosidad potencial. Hay que proponer soluciones prácticas que pongan fin a tanto sufrimiento de tanta gente para abrirles un futuro con esperanza. Esa es la razón de ser de la diplomacia.
Diplomacia, financiación y fronteras
Por supuesto que para que una solución de esta índole progrese es necesaria una diplomacia vigorosa, algo que parece ausente del mundo en los últimos años. La UE, como tal, tiene una política exterior muy débil. Las principales potencias diplomáticas europeas (Francia, Alemania y el Reino Unido) se han cuidado de que no fuera fuerte. Catherine Ashtom ha personificado esta debilidad. La nueva Alta Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Federica Mogherini, es una incógnita completa. Pero no se puede caer en la desesperanza y la melancolía. Hay que comenzar por exigir un plan claro a la UE, los EE UU y la ONU.
Para derrotar al EI, tan importante como la acción militar es acabar con sus fuentes de financiación y con los centros de reclutamiento y las rutas de acceso de las armas y los yihadistas extranjeros. Estos dos tipos de bloqueo requieren de la colaboración decidida de los países vecinos y de otros del Norte de África y Europa. Al respecto, es particularmente importante el papel que Turquía puede jugar. Turquía ha permitido que su frontera con Siria sea un coladero por donde el EI realiza el contrabando de petróleo, su principal fuente de financiación, y por donde entran a Siria los yihadistas extranjeros. El conflicto histórico de Turquía con su población de origen kurdo y la organización política que los representa, el PKK, le ha llevado a desconfiar de un fuerte Kurdistán iraquí, autónomo o independiente, y de que ocurra lo mismo en Siria. Es otro de los principales problemas colaterales a resolver, que interfiere en las soluciones generales, sobre todo si se tiene en cuenta que, en estos momentos, las únicas fuerzas que sobre el terreno se enfrentan decididamente a las tropas del EI son los pesmergas kurdos que luchan por su supervivencia y por su futuro como nación. Al respecto se han sucedido hechos políticos contradictorios: primero el gobierno y el parlamento turcos han aprobado la intervención militar con tropas sobre el terreno contra el Estado Islámico, tanto en Siria como en Iraq; pero, en los últimos días, el gobierno turco parece negarse a intervenir en Kobane, asediada por el EI, lo que ha generado protestas masivas de la población kurda de Turquía, con decenas de muertos.
La mayoría de los analistas militares opinan que no es posible derrotar al EI sólo con bombardeos aéreos, dada la debilidad de las fuerzas de tierra que hasta hoy se le enfrentan, y consideran que es necesario que la coalición de naciones envíe tropas terrestres. Igualmente importante sería su permanencia para asegurar la paz una vez que el EI fuera derrotado. En este caso, una opción legítima sería la de un contingente de Naciones Unidas, que reconvirtiera su misión, tras el fin de las hostilidades, y se convirtiera en un contingente de paz que asegurara la reconstrucción de las zonas devastadas y la construcción del proyecto político democrático.
Las bases de una estrategia
He apuntado algunas de las bases, condiciones y vías de actuación sobre las que debiera asentarse una acción contra el Estado Islámico en Iraq y Siria y por el fin de la Guerra Civil Siria. Se pueden esquematizar en: mandato de la ONU, Conferencia Internacional, coalición político-militar, proyecto político para el futuro de Iraq y Siria – que comprenda: reconstrucción, democracia, cohesión social, laicismo y tolerancia religiosa-, y cooperación internacional para implementarlo. Además, establecer un enfoque bien distinto del dominante hasta el momento, en los EE UU y la UE, sobre el tratamiento del conflicto entre Israel y Palestina que tenga visos de ser aplicado en la práctica.
Algunos objetarán que son demasiados los propósitos y obstáculos para vencer, dados los intereses nacionales e ideológicos en juego, para poner en marcha un plan de esta naturaleza. Y que es casi imposible ir poco más allá de una coalición militar. Se les debe responder que el riesgo de un nuevo fracaso en la región geopolíticamente más explosiva del mundo es muy elevado, y sus consecuencias muy peligrosas, si se interviene sin proyecto político o modelo para construir la paz en la posguerra. No es realista pensar que la región vaya a democratizarse si no se actúa con visión estratégica, coherencia, fortaleza democrática y respeto a las poblaciones. Máxime cuando en la región vecina del Norte de África de los tres países que han tenido revoluciones o rebeliones por la libertad sólo uno permanece con ella: Túnez. Por ello, Túnez debería ser apoyado política y materialmente mucho más de lo que lo está siendo hasta el momento, para que su democracia se consolide y fortalezca. La consolidación de una democracia socialmente justa en Túnez también ayuda en Oriente Próximo. E influiría positivamente para que Egipto retorne del autoritarismo en el que ha vuelto a caer y para que Libia no pierda definitivamente la esperanza de salir del caos en que está sumida.
Luchar contra el paro,  la pobreza y la desigualdad
Un caldo de cultivo de la influencia del islamismo político y del yihadismo es la situación social derivada de la pobreza, la desigualdad y el paro masivo que afecta sobre todo a la población joven, muy mayoritaria en las sociedades árabes. Por eso, algo que habría que proponer en cualquier caso tiene, en el que nos ocupa, doble valor: la reconstrucción material y la construcción política democrática tienen que ir acompañadas de un programa ambicioso de lucha contra el paro, la pobreza y de desarrollo de la cohesión social. En Iraq y Siria, pero también en los demás países de la región y del norte de África.
Conclusión
Una izquierda que quiera transformar la realidad no puede quedarse en declaraciones de principios frente al enorme sufrimiento de millones de personas y el gravísimo riesgo de que un totalitarismo identitario religioso, que practica el terrorismo y el terror de masas, se afiance en un amplio territorio cercano a Europa. Tiene que decir cómo vencer al Estado Islámico, sin caer en los garrafales errores de otras intervenciones – errores que acompañaban a aviesas intenciones ocultas-, y cómo procurar, a las poblaciones que lo  sufren, un futuro de paz, prosperidad y libertad.

[1] Del ELS se escindieron, a finales de 2013, tres organizaciones islamistas que junto con otras cuatro formaron el Frente Islámico. Además, en el verano de 2012 se creó el Frente Al Nusra, que, en abril de 2013, se vinculó a Al Qaeda. Finalmente, en 2013 comenzó a actuar en Siria el Estado Islámico en Iraq y el Levante (ISIS, por sus siglas en inglés), que nació en Iraq como filial de Al Qaeda con quien rompe porque ésta se niega a permitir que amplíe su campo de acción a Siria y porque la considera inoperante. Cuando en junio de 2014 proclama el Califato en los territorios que ocupa en Siria e Iraq pasa a llamarse Estado Islámico (EI)
[2] Samir Aita recoge estimaciones sobre las pérdidas motivadas por la guerra civil y las sitúa en cuatro veces el PIB sirio de 2010 (“¿Qué Siria tras la guerra civil?” en “Siria: esperanzas defraudadas” Alejandra Ortega Ed. Cuadernos de Información Sindical. CCOO.)

sábado, 4 de octubre de 2014

La izquierda frente al Estado Islámico (I)

Publicado en

11 h. Sábado, 04 de octubre de 2014


Javier Doz |

Escuché a Pablo Iglesias en la SER, respondiendo a preguntas de Pepa Bueno sobre su opinión acerca de la coalición internacional contra el Estado Islámico y la posible participación en ella de España. El portavoz de Podemos rechazaba frontalmente ambas con dos tipos de argumentos: uno, histórico-político, en referencia implícita a Al Qaeda, recordando cómo la CIA había ayudado a los muyahidines islamistas que combatían a los rusos en Afganistán, a los que el gobierno de los EE UU llegó a calificar de "luchadores por la libertad"; otro, político-moral, de signo pacifista que le llevaba a afirmar que las guerras nunca solucionan nada y que había que dar al problema soluciones políticas. Similares opiniones he escuchado de algunos dirigentes de Izquierda Unida, aunque no conozco todavía ninguna declaración oficial al respecto.
Llevo tiempo reflexionando sobre el fenómeno del islamismo radical y su entronque con la dinámica histórico-política de los "orientes próximo y medio" y el norte de África y considero que toda posición política al respecto debe partir de una premisa obvia: la endiablada complejidad de una situación, plena de líneas de fuerza que contienen elementos contradictorios entre sí. Hablando de responsabilidad de la política de los EE UU en la atroz situación que vive hoy el pueblo de Iraq y en la propia creación del Estado Islámico (EI), cabe señalar una más directa y temporalmente cercana que la mencionada por Pablo Iglesias: la invasión de Iraq en 2003, como acción enmarcada en la llamada "guerra contra el terrorismo" de George W. Bush, que trajo como consecuencias la destrucción del Estado, la alteración profunda del equilibrio geopolítico regional y una guerra civil político-religiosa larvada que ha explotado, convertida en un nuevo episodio del ancestral conflicto político-religioso entre suníes y chiíes. Este episodio es uno más de los que atraviesan hoy Oriente próximo y medio, cuya inestabilidad geopolítica se agudiza al confluir otros conflictos nacionales y regionales con el enfrentamiento entre las dos grandes corrientes de la religión musulmana. 
La primera de las consideraciones de Pablo Iglesias es, por lo tanto, completamente cierta. Pero cabe formular esta pregunta. ¿Los errores y aún los crímenes cometidos en el pasado por los EE UU o cualquier otra potencia mediante intervenciones militares, o de otro tipo, descalifican cualquier actuación que lidere la todavía primera potencia militar del mundo? ¿Inclusive, si la intervención tiene como objetivos explícitos y ciertos la derrota del EI y la liberación de las poblaciones bajo su yugo, aunque pudiera tener otros objetivos ocultos?
Las excepciones a la regla de las soluciones diplomáticas frente a las militares
El segundo argumento, en cambio, sólo es a mi juicio parcialmente verdadero. Cierto es que las soluciones políticas y diplomáticas son las que deberían primar en la mayoría de los casos. También, que cualquier solución militar excepcional debe ir acompañada por un plan político. La región padece, además, las consecuencias políticas y sociales de la ilegítima guerra de 2003. Ésta fue, no lo olvidemos, una guerra desencadenada por motivos falsos (armas de destrucción masiva) que apenas ocultaban sus propósitos reales de dominio geopolítico y control del petróleo iraquí. Pero en el caso que nos ocupa, ¿Acaso es posible una solución política negociada con una organización como Estado Islámico que tilda de inoperante y blanda a la mismísima Al Qaeda? 
Comparto la absoluta preferencia por las soluciones políticas, pacíficas y diplomáticas, frente a las militares. Pero en la historia siempre hay excepciones a esta regla y suelen ser muy notables. Se producen cuando hay que enfrentarse a agresores que no se avienen a ningún otro tipo de razón que la de la fuerza militar  El ejemplo más claro es el del fracaso de la "política de apaciguamiento" practicada por los gobiernos democráticos de Francia y el Reino Unido frente a la Alemania nazi. Si se hubiera impedido que Hitler se saliera con la suya en la serie de actos de incumplimiento del Tratado de Versalles y de agresión que comenzaron con la ocupación de la zona desmilitarizada de Renania (1936) y culminó con la anexión de Checoslovaquia (1938-1939), posiblemente se hubiera evitado la hecatombe de la 2ª Guerra Mundial. El único modo de enfrentarse a Hitler era la fuerza militar, en muchas mejores condiciones cuando todavía Alemania no había culminado su rearme. Los historiadores han demostrado que las tropas alemanas que ocuparon Renania -en una operación que cimentó definitivamente la ascendencia del dictador entre la oficialidad de su ejército, hasta entonces recelosa, y ante su pueblo- tenían la orden de retirarse si el Ejército francés se ponía en movimiento. Era perfectamente comprensible la amplitud del sentimiento pacifista en las opiniones públicas de Francia y el Reino Unido, después de la terrible matanza de la 1ª Guerra mundial, pero hay que reconocer, también desde la izquierda, que Winston Churchill tenía toda la razón cuando espetó a Neville Chamberlain, a su vuelta de Munich: «Tuvo usted para elegir entre la humillación y la guerra, eligió la humillación y nos llevará a la guerra». 
Hay ocasiones en las que actuar militarmente, y hacerlo a tiempo, puede llegar a evitar males mayores de naturaleza tanto militar como política y social. Y aunque el EI y su califato no tengan el nivel de peligrosidad potencial que tuvo Hitler en su día, no deja de ser una organización fuerte, muy bien financiada que ha conquistado una base territorial y que tiene un importante potencial de crecimiento internacional. El Estado Islámico no sólo es enemigo radical del imperialismo yanqui, el cristianismo o la civilización occidental; lo es también de cualquiera de los valores y prácticas que la izquierda sostiene, de la igualdad y de las libertades y derechos fundamentales, de cualquier idea de progreso. Su proyecto político es integrista radical y teocrático-totalitario.
¿Puede la izquierda no tener una alternativa práctica a semejante conflicto?
Comparto muchos puntos de vista con la izquierda que se sitúa a la izquierda de la socialdemocracia, en España y en el mundo, con la izquierda democrática que quiere cambiar el sistema para poner fin a tanta injusticia, desigualdad y corrupción. Por eso, me resulta incomprensible que, quienes defienden los valores de la democracia y el laicismo no den ninguna solución práctica a la situación de millones de personas que viven ya bajo la opresión brutal y sangrienta de una teocracia medieval que obliga a cristianos, yazidíes, musulmanes chiíes, personas de otras religiones y ateos o agnósticos a escoger entre convertirse al islamismo suní, en su versión salafita más rigorista, o morir; que convierte a las mujeres en esclavas sexuales; y que es capaz de teatralizar sus bárbaros asesinatos -como la "decapitación a navaja" de periodistas y cooperantes occidentales o los asesinatos en masa de iraquíes y sirios- para que sirvan de instrumentos de propaganda en las redes sociales y medios de comunicación 
El riesgo que supone que una organización terrorista como el EI, que acaba de ser apoyada por las organizaciones territoriales de Al Qaeda en el Magreb Islámico y en la Península Arábiga, se haga con el control territorial de una superficie como la mitad de España, o, si no se actúa, con el control de todo Iraq y Siria es muy profundo para toda la población de Europa, y, en menor medida, para la de los Estados Unidos. Especialmente elevado lo es para quienes vivimos en España. No deberíamos olvidar que casi toda la Península Ibérica está dentro del Califato en los mapas que dibuja el EI con el nombre de Al-Andalus. Por otro lado, el ejército iraquí no está en condiciones de ganar al EI, ni siquiera apoyado por los más fiables pesmergas kurdos que no dudan cuando está en juego su futuro como pueblo.
¿Cuál es el principal bien a proteger y cómo se puede hacerlo? 
El principal bien a proteger, el objetivo principal de cualquier intervención, incluida la militar, un objetivo de igual o superior nivel que la destrucción del Estado Islámico, es la vida y el derecho a llevar una vida digna y en libertad de las poblaciones de Iraq y Siria. Por eso no comparto la estrategia que ha puesto en pie el gobierno de Obama. Me parece insuficiente, muy limitada en lo político, de modo que hace de la alianza política sólo para actuar militarmente el único aspecto político relevante.  Y no basta a mi juicio. Hay que ser más ambiciosos, justos y coherentes  políticamente; no sólo para vencer sino para vencer bien y de forma duradera. No se puede olvidar la situación actual de Libia a punto de hacerse crónica como "Estado fallido", tras una intervención militar aérea, en 2011, de los EE UU, Francia y el Reino Unido (con otros 13 países en misiones secundarias). Intervención que desbordó el marco del mandato de la ONU, a favor de un conjunto heterogéneo y poco conocido de fuerzas (varias de ellas islamistas) sólo unidas por su empeño de derrocar a Gadafi.
Las bases de una posición de izquierdas que fundamente una intervención política y militar en Iraq y Siria, a mi juicio necesaria para salvar a sus poblaciones, garantizando sus derechos fundamentales, y para derrotar al Estado Islámico y acaba con su califato, las abordaré en la segunda entrega de este artículo