Este artículo ha sido publicado en Espacio Público del diario digital Publico, como segunda aportación personal al debate "Se abren o cierran oportunidades para el cambio en Europa"
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El segundo artículo de Francisco Louça,
después del inicial que promovió este debate, lleva por título “Actuar en
Europa con los pies en el suelo”. En él, su autor realiza una breves glosas de
la mayoría de los artículos que lo precedieron para llegar a una inicial
conclusión de que todas las personas que hemos participado en el debate
compartimos que “la izquierda debe desarrollarse fuera de esas instituciones o
de esa política”, en referencia a las instituciones de la UE y a la política
que éstas han aplicado en los últimos tiempos (o desde su creación).
Comparto la crítica de las políticas,
pero no pienso que la izquierda deba abandonar las instituciones europeas,
porque, aunque cimente sus prácticas en la movilización social, cualquier
transformación política y social, incluida la de las propias instituciones,
requiere, en sociedades democráticas y desde perspectivas políticas
democráticas, participar en las instituciones tras recibir el voto de los
ciudadanos.
Pero tengo otras discrepancias, tal vez
más importantes, con Louça, que dedica el comentario más amplio, y el único frontalmente
crítico, de su glosario a pretender descalificar mi desacuerdo con la tesis
principal de su artículo afirmando que “esa forma de discutir es, simplemente,
una prueba de sectarismo, que se define por no querer debatir”, recurso bien
fácil para no molestarse en argumentar contra mis afirmaciones. Pues
bien, como mi pretensión era y es debatir con argumentos, voy a procurar
desarrollar más algunos de ellos.
La salida del euro y de la UE no es la solución frente a la crisis y su
mala gestión
Me parece claro -si no que me desmienta
el profesor Louça- que, a pesar de utilizar en sus artículos una calculada
ambigüedad, está proponiendo la extinción de la Unión Europea o, al menos, el
abandono de la misma por el grupo de países fuertemente endeudados, y no sólo
su salida del euro, o sólo el fin de la eurozona. En todo caso, salirse del
euro del modo en que lo pinta en una más que sucinta explicación, equivale
necesariamente a salirse de la UE.
Dice Francisco Louça en la conclusión
principal de su primer artículo, dicha junto con otras cinco menos relevantes: “La
sexta conclusión es que para reestructurar las deudas es preciso abandonar el
euro e imponer y reconvertir la deuda en la nueva moneda nacional, devaluada
para promover la sustitución de importaciones y mejorar los saldos comerciales
y, sobre todo, permitiendo así la emisión monetaria y, por tanto, dejar de
depender de la financiación a través de los mercados financieros, recuperando
un banco central nacional.” Y no se dice más, en los dos artículos, sobre el
camino para salirse del euro y de la UE y sobre las consecuencias económicas,
sociales y políticas de dicha opción. Y sobre el hecho de que la opción sea
compartida por toda la pujante extrema derecha nacionalista europea, no
manifiesta aparentemente ninguna preocupación dado que no le merece ni la más
mínima alusión en sus dos artículos.
Sorprende que un
profesor de economía del nivel de Francisco Louça reduzca la transición
económica posterior a la desaparición de la zona euro –o al abandono del mismo
por un grupo de países- como un aparentemente fácil camino, hecho a base de
devaluación competitiva de las nuevas monedas, reconversión a ellas de las deudas
en euros, financiación por los nuevos bancos centrales nacionales mediante la
impresión de moneda y política de sustitución de importaciones. Sorprende
también que no dedique ni una sola línea al artículo de Gabriel Flores –“Salir del euro no es un punto de
encuentro ni puede ser un punto de partida”-, a mi juicio uno de
los mejores de este serial de Espacio Público. Me remito a lo que dice Flores sobre las
consecuencias de la salida del euro sobre la deuda externa nominada en euros y
el volumen del servicio de la deuda, el régimen cambiario flexible y el impacto
de las devaluaciones en las balanzas comerciales para rebatir la supuesta
bondad de las recetas de Louça.
Es más, en mi opinión, si varios países se salen del
euro para dedicarse a competir entre ellos y con lo que quedara de la zona euro
en base a la devaluación de sus monedas nacionales recuperadas y a políticas de
sustitución de importaciones, lo que significaría es que deberían salirse de la
UE, por ser incompatibles estas prácticas con las normas del Mercado Único, y,
además, producirían una guerra comercial europea, antesala de una nueva
recesión. Y eso sin añadir las consecuencias de las limitaciones que las
naciones centrales europeas, que tal vez quisieran mantener el euro,
establecerían para el comercio con los Estados salidos de la zona euro, si
estos hubieran huido supuestamente por las bravas. ¿O, tal vez, Francisco Louça
está pensando en buenos acuerdos de libre comercio con lo que quedara de la
zona euro y de la UE, tras negociaciones
a varias bandas después de invocar el artículo 50, como en el caso del Brexit?
¿Piensa el profesor Louça que se podrían conseguir dichos buenos acuerdos al
tiempo que se promueve una política de devaluaciones competitivas de las nuevas
monedas nacionales, en las que ya se denominarían –así de fácil- los títulos de
la vieja deuda en euros? ¿O es que, tal
vez, no importase alcanzar dichos acuerdos porque mediante la política de
sustitución de importaciones se favorecería hasta tal punto a las industrias
nacionales de los Estados de Sur de Europa, que estos podrían superar el
problema de ni siquiera tener acuerdos de libre comercio con los países que hoy
acogen entre un 70% y un 80%, nada menos, de sus exportaciones? ¿O no sería
necesario negociar tales acuerdos porque la implosión de la UE se daría al
completo? ¿Cuales serían las consecuencias de esto último para todos?
En este último supuesto,
con todos los Estados europeos implicados en este tipo de políticas y en un
marco internacional dominado por el nuevo nacionalismo económico y
proteccionismo comercial de Donald Trump, la probabilidad de una nueva recesión
mundial inducida desde la política sería elevadísima.
La propuesta contenida
en la “sexta conclusión”, que no es aventurado calificar como de “nacionalismo
económico de izquierdas”, me parece pues equivocada y peligrosa en términos
estrictamente económicos. A pesar de la endeblez de su justificación, que
contrasta con la solidez argumental con la que aborda la crítica de las
políticas de austeridad y devaluación interna y otros aspectos analíticos de la
situación económica europea, el profesor Louça no la repara en su segundo
artículo, en el que no añade nada más a las diez escasas líneas que dedicaba a
su desarrollo en el primer artículo.
Esto no le impide despachar sumariamente
las críticas que realicé a su propuesta diciendo: “…Javier Doz, va más allá al
garantizar que "propiciar la destrucción de la UE, por mucho que nos
disguste en su rostro actual, sería el suicidio de la izquierda y, tal vez, de
la humanidad”. No es fácil discutir con alguien que considera "el
suicidio de la izquierda y, tal vez, de la humanidad" como la consecuencia
apocalíptica de cuestionar la UE, a pesar de su “rostro actual””. Y como no es
fácil, ni lo intenta.
Los riesgos políticos de la destrucción de la UE. Nacionalismos e
internacionalismo.
Hablar de “suicidio de la humanidad” es,
por supuesto, un subrayado hiperbólico. Ni siquiera pereció tras las dos
hecatombes mundiales del Siglo XX. Lo único que podría “suicidar a la
humanidad”, en un sentido estricto, sería una tercera guerra mundial con un uso
masivo de armas nucleares. Y, desde luego, no pienso que esta hipótesis sea hoy
un riesgo probable, aunque su probabilidad sea un poco mayor con Trump en la Presidencia de los EE UU. Pero si imagino
un escenario “post-desintegración de la UE”, con Estados nación gobernados por
partidos nacionalistas enfrentados por guerras comerciales y rivalidades
basadas en la pugna de las identidades nacionales renacidas, en un contexto internacional
con grandes dosis de nacionalismo económico y autoritarismo político, todas las
alarmas se encienden en mi cerebro. No deberíamos olvidar las consecuencias que
tuvo la destrucción de una entidad supranacional europea, Yugoeslavia, a
principios de los 90. Cuando a finales de los 80 comenzaron a crecer y actuar las
corrientes nacionalistas en las principales repúblicas que integraban la
Federación yugoeslava, nadie, ni los más apasionados y sectarios nacionalistas
serbios o croatas, imaginaban que la cosa pudiera terminar en un rosario de
guerras que costaron 200.000 muertos y el primer genocidio en suelo europeo
después de la 2ª Guerra Mundial, en Srebrenica y otros lugares. Era impensable,
pero ocurrió.
No se trata de hacer concursos de
internacionalismo con nadie como irónicamente me achaca Francisco Louça en su
respuesta. Simplemente, no me parece, en este momento histórico, el mejor modo
de desarrollar los valores y los objetivos del internacionalismo solidario
-para mí consustanciales con los de la izquierda política- el hacerlo desde una
vuelta al Estado nación, a partir de la desintegración de la UE, y defendiendo
un programa económico basado en el proteccionismo comercial. Y no porque sea
imposible impulsar la solidaridad internacional a partir de las convicciones,
sin duda internacionalistas, de Louça y de los que piensan como él, sino porque
en el escenario político que preconizan –Estados nación fuertes sin la UE- el
poder político estaría en manos de la derecha, los nacionalistas y la extrema
derecha. Y ello me parece claro por varias razones que paso a desarrollar
brevemente
En primer lugar, porque un escenario de
inestabilidad política, crisis económica y reafirmación de los valores
nacionales –y no otro sería el producido por la desintegración de la UE o una
ruptura más importante que la del Brexit- es el escenario ideal para el triunfo
de los nacionalismos autoritarios y la extrema derecha. En segundo lugar, lo
anterior se refuerza porque la propuesta política de Louça, como bien subraya
Gabriel Flores, impide establecer las bases de una unidad amplia de la
izquierda política y social, en torno a un programa que pudiera disputar la
hegemonía política a la derecha y la extrema derecha, en los Estados nación
europeos y en el conjunto de la UE. Y la
unidad de la izquierda es una condición necesaria, aunque no suficiente, para
conseguir dicha hegemonía, como nos muestra cualquier análisis histórico y
cualquier análisis político rigurosos de la Europa de hoy. Por el contrario, el
profesor y político Louça, nos dice que lo esencial es el combate de la
izquierda contra la derecha y el centro, centro en el que sitúa a los partidos
socialdemócratas. La verdad es que no entiendo cómo se compadece esta posición
con el papel del Bloco de Esquerda como impulsor del acuerdo parlamentario de
la izquierda portuguesa que permite gobernar al Partido Socialista.
¿Qué concepto de Estado nación es el de la izquierda?
Lo que sí me parece más que discutible,
desde una óptica internacionalista y de izquierdas, es la concepción
étnico-lingüística e historicista del Estado que refleja la siguiente
afirmación del segundo artículo de Louça: “No hay democracia internacional, con
legitimidad identitaria y con reconocimiento popular; puede haber formas de
cooperación que son democráticas, pero, al no tener una identidad de
"pueblo europeo" —pues no hay una lengua común, o una comunidad
organizada con una historia común—, entonces no hay ni puede haber una
"democracia europea"”. Mala base ideológica para una concepción de la
izquierda del Estado, en el Siglo XXI. Me confieso mucho más cercano a la
concepción del Estado que se deriva del concepto de “patriotismo
constitucional” de Jürgen Habermas, y
considero que es mucho más progresista su idea de comunidad política de
derechos y deberes garantizados por la ley a la ciudadanía que la que sólo se
basa en una “legitimidad identitaria” –expresión, confieso, que me repele- de
lengua común o historia común pasada. La definición de Louça de Estado nación
difícilmente puede servir a sociedades abiertas a las migraciones y a su
integración y a la construcción de proyectos/historia de futuro sobre la base
de valores y derechos garantizados por la ley, y menos aún para construir
estructuras políticas supranacionales democráticas -regionales y globales-
imprescindibles para dominar los procesos tecnológicos, económicos, culturales
y políticos mundiales al servicio de la inmensa mayoría de sus poblaciones y
lograr una efectiva globalización de los derechos. Pero ya sabemos que a
Francisco Louça no le interesa que existan esas estructuras porque sólo las ve
como instrumentos de dominación del capital.
Reconozco que me produce un profundo
desasosiego el que se puedan extraer conclusiones tan divergentes de
valoraciones que compartimos. Dos ejemplos daré. El de mis coincidencias plenas
con Louça a la hora de tachar el Acuerdo UE-Turquía sobre migrantes y
refugiados como el “Acuerdo de la vergüenza” y de afirmar que “El mayor fracaso
en la historia de las izquierdas europeas en el Siglo XXI fue Grecia”. Pero el
“Acuerdo de la vergüenza”, no lo olvidemos por favor, fue fruto de la exitosa rebelión
de algunos Estados nación del centro y el este de Europa, sometidos a los
nacionalismos, frente a las propuestas iniciales de la Comisión Europea y de una
Ángela Merkel –sólo en este caso generosa- a las que consiguieron vencer.
Y mi reflexión sobre la derrota de
Grecia me lleva a decir que sólo hubiera sido posible derrotar las políticas de
austeridad, que se cebaron particularmente en el país heleno, desde una huelga
general europea (o más de una). Participé activamente en el proceso de
convocatoria de la jornada de movilización sindical europea del 14 de noviembre
de 2012 (la de mayor dimensión, con 5 huelgas generales y acciones en 28
países). La coordinación entre CCOO y la UGT española con la CGTP portuguesa
fueron decisivas para lograr un determinado nivel de articulación de las
movilizaciones nacionales con una perspectiva europea –dicha capacidad de
articulación es el elemento esencial a perseguir en las luchas políticas y
sociales europeas o supranacionales-. Pues bien, no se llegó a más, en ese y en
otros momentos de las luchas sindicales europeas durante la crisis, porque la
mayoría de los sindicatos del centro y el norte de Europa siguen considerando,
como hace Francisco Louça, que sólo es en el ámbito de los Estados nación donde
hay que preservar y promover los derechos de los trabajadores, y como les ha
ido mejor que a los del sur en una perspectiva histórica y en la actualidad, prefieren
no arriesgarse a luchar junto con ellos. Sólo unos pocos sindicalistas más
lúcidos consideran que si los del sur de Europa pierden derechos, los del
centro y el norte acabarán perdiéndolos también. Centrarse, casi en exclusiva,
en la acción política y social en el ámbito de los Estados nación, como
pretende Louça, conduce, en el mejor de los casos, a reproducir estos hábitos
nada internacionalistas.
Estrategia alternativa y unidad de la izquierda
El gran fracaso de la izquierda europea
en el Siglo XXI, cuyo símbolo puede ser Grecia, es el de su incapacidad para
construir una estrategia alternativa frente a la crisis. En lugar de centrarse
en superar esta situación, conjugando las visiones nacionales con las europeas,
las izquierdas europeas se dedican a otra cosa. En palabras de Gabriel Flores: “Las
izquierdas europeas, por su parte, mantienen su desunión e ideologizan sus
diferencias, profundizándolas. Mientras la socialdemocracia retrocede y sueña
con la posibilidad de mantener un resultado electoral que le permita reeditar
las grandes coaliciones con la derecha, las fuerzas políticas situadas a su
izquierda se atrincheran y remarcan sus diferencias con la socialdemocracia.
Parecen complacidas con el logro de un espacio electoral confortable que les
permite reafirmar un análisis catastrofista al tiempo que pierden la
oportunidad de impulsar los cambios que hacen falta para que las instituciones
nacionales y europeas respondan a los intereses de la mayoría social”. Y
propone otra actitud, otro rumbo, para la izquierda europea: “Hay que construir
amplias alianzas políticas y sociales que disputen la hegemonía a la derecha y
atraigan a la mayoría de las fuerzas progresistas y de izquierdas a la tarea de
conseguir un cambio sustentado en la cooperación entre los socios, la defensa
de la cohesión económica, social y territorial y la subordinación de la
economía a los intereses de la mayoría social.
La unidad europea sigue siendo el instrumento más adecuado para influir en la imprescindible tarea de embridar la mundialización económica y sus potenciales efectos negativos y lograr un reparto más equitativo de las ventajas y los costes que conlleva”
La unidad europea sigue siendo el instrumento más adecuado para influir en la imprescindible tarea de embridar la mundialización económica y sus potenciales efectos negativos y lograr un reparto más equitativo de las ventajas y los costes que conlleva”