sábado, 4 de octubre de 2014

La izquierda frente al Estado Islámico (I)

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11 h. Sábado, 04 de octubre de 2014


Javier Doz |

Escuché a Pablo Iglesias en la SER, respondiendo a preguntas de Pepa Bueno sobre su opinión acerca de la coalición internacional contra el Estado Islámico y la posible participación en ella de España. El portavoz de Podemos rechazaba frontalmente ambas con dos tipos de argumentos: uno, histórico-político, en referencia implícita a Al Qaeda, recordando cómo la CIA había ayudado a los muyahidines islamistas que combatían a los rusos en Afganistán, a los que el gobierno de los EE UU llegó a calificar de "luchadores por la libertad"; otro, político-moral, de signo pacifista que le llevaba a afirmar que las guerras nunca solucionan nada y que había que dar al problema soluciones políticas. Similares opiniones he escuchado de algunos dirigentes de Izquierda Unida, aunque no conozco todavía ninguna declaración oficial al respecto.
Llevo tiempo reflexionando sobre el fenómeno del islamismo radical y su entronque con la dinámica histórico-política de los "orientes próximo y medio" y el norte de África y considero que toda posición política al respecto debe partir de una premisa obvia: la endiablada complejidad de una situación, plena de líneas de fuerza que contienen elementos contradictorios entre sí. Hablando de responsabilidad de la política de los EE UU en la atroz situación que vive hoy el pueblo de Iraq y en la propia creación del Estado Islámico (EI), cabe señalar una más directa y temporalmente cercana que la mencionada por Pablo Iglesias: la invasión de Iraq en 2003, como acción enmarcada en la llamada "guerra contra el terrorismo" de George W. Bush, que trajo como consecuencias la destrucción del Estado, la alteración profunda del equilibrio geopolítico regional y una guerra civil político-religiosa larvada que ha explotado, convertida en un nuevo episodio del ancestral conflicto político-religioso entre suníes y chiíes. Este episodio es uno más de los que atraviesan hoy Oriente próximo y medio, cuya inestabilidad geopolítica se agudiza al confluir otros conflictos nacionales y regionales con el enfrentamiento entre las dos grandes corrientes de la religión musulmana. 
La primera de las consideraciones de Pablo Iglesias es, por lo tanto, completamente cierta. Pero cabe formular esta pregunta. ¿Los errores y aún los crímenes cometidos en el pasado por los EE UU o cualquier otra potencia mediante intervenciones militares, o de otro tipo, descalifican cualquier actuación que lidere la todavía primera potencia militar del mundo? ¿Inclusive, si la intervención tiene como objetivos explícitos y ciertos la derrota del EI y la liberación de las poblaciones bajo su yugo, aunque pudiera tener otros objetivos ocultos?
Las excepciones a la regla de las soluciones diplomáticas frente a las militares
El segundo argumento, en cambio, sólo es a mi juicio parcialmente verdadero. Cierto es que las soluciones políticas y diplomáticas son las que deberían primar en la mayoría de los casos. También, que cualquier solución militar excepcional debe ir acompañada por un plan político. La región padece, además, las consecuencias políticas y sociales de la ilegítima guerra de 2003. Ésta fue, no lo olvidemos, una guerra desencadenada por motivos falsos (armas de destrucción masiva) que apenas ocultaban sus propósitos reales de dominio geopolítico y control del petróleo iraquí. Pero en el caso que nos ocupa, ¿Acaso es posible una solución política negociada con una organización como Estado Islámico que tilda de inoperante y blanda a la mismísima Al Qaeda? 
Comparto la absoluta preferencia por las soluciones políticas, pacíficas y diplomáticas, frente a las militares. Pero en la historia siempre hay excepciones a esta regla y suelen ser muy notables. Se producen cuando hay que enfrentarse a agresores que no se avienen a ningún otro tipo de razón que la de la fuerza militar  El ejemplo más claro es el del fracaso de la "política de apaciguamiento" practicada por los gobiernos democráticos de Francia y el Reino Unido frente a la Alemania nazi. Si se hubiera impedido que Hitler se saliera con la suya en la serie de actos de incumplimiento del Tratado de Versalles y de agresión que comenzaron con la ocupación de la zona desmilitarizada de Renania (1936) y culminó con la anexión de Checoslovaquia (1938-1939), posiblemente se hubiera evitado la hecatombe de la 2ª Guerra Mundial. El único modo de enfrentarse a Hitler era la fuerza militar, en muchas mejores condiciones cuando todavía Alemania no había culminado su rearme. Los historiadores han demostrado que las tropas alemanas que ocuparon Renania -en una operación que cimentó definitivamente la ascendencia del dictador entre la oficialidad de su ejército, hasta entonces recelosa, y ante su pueblo- tenían la orden de retirarse si el Ejército francés se ponía en movimiento. Era perfectamente comprensible la amplitud del sentimiento pacifista en las opiniones públicas de Francia y el Reino Unido, después de la terrible matanza de la 1ª Guerra mundial, pero hay que reconocer, también desde la izquierda, que Winston Churchill tenía toda la razón cuando espetó a Neville Chamberlain, a su vuelta de Munich: «Tuvo usted para elegir entre la humillación y la guerra, eligió la humillación y nos llevará a la guerra». 
Hay ocasiones en las que actuar militarmente, y hacerlo a tiempo, puede llegar a evitar males mayores de naturaleza tanto militar como política y social. Y aunque el EI y su califato no tengan el nivel de peligrosidad potencial que tuvo Hitler en su día, no deja de ser una organización fuerte, muy bien financiada que ha conquistado una base territorial y que tiene un importante potencial de crecimiento internacional. El Estado Islámico no sólo es enemigo radical del imperialismo yanqui, el cristianismo o la civilización occidental; lo es también de cualquiera de los valores y prácticas que la izquierda sostiene, de la igualdad y de las libertades y derechos fundamentales, de cualquier idea de progreso. Su proyecto político es integrista radical y teocrático-totalitario.
¿Puede la izquierda no tener una alternativa práctica a semejante conflicto?
Comparto muchos puntos de vista con la izquierda que se sitúa a la izquierda de la socialdemocracia, en España y en el mundo, con la izquierda democrática que quiere cambiar el sistema para poner fin a tanta injusticia, desigualdad y corrupción. Por eso, me resulta incomprensible que, quienes defienden los valores de la democracia y el laicismo no den ninguna solución práctica a la situación de millones de personas que viven ya bajo la opresión brutal y sangrienta de una teocracia medieval que obliga a cristianos, yazidíes, musulmanes chiíes, personas de otras religiones y ateos o agnósticos a escoger entre convertirse al islamismo suní, en su versión salafita más rigorista, o morir; que convierte a las mujeres en esclavas sexuales; y que es capaz de teatralizar sus bárbaros asesinatos -como la "decapitación a navaja" de periodistas y cooperantes occidentales o los asesinatos en masa de iraquíes y sirios- para que sirvan de instrumentos de propaganda en las redes sociales y medios de comunicación 
El riesgo que supone que una organización terrorista como el EI, que acaba de ser apoyada por las organizaciones territoriales de Al Qaeda en el Magreb Islámico y en la Península Arábiga, se haga con el control territorial de una superficie como la mitad de España, o, si no se actúa, con el control de todo Iraq y Siria es muy profundo para toda la población de Europa, y, en menor medida, para la de los Estados Unidos. Especialmente elevado lo es para quienes vivimos en España. No deberíamos olvidar que casi toda la Península Ibérica está dentro del Califato en los mapas que dibuja el EI con el nombre de Al-Andalus. Por otro lado, el ejército iraquí no está en condiciones de ganar al EI, ni siquiera apoyado por los más fiables pesmergas kurdos que no dudan cuando está en juego su futuro como pueblo.
¿Cuál es el principal bien a proteger y cómo se puede hacerlo? 
El principal bien a proteger, el objetivo principal de cualquier intervención, incluida la militar, un objetivo de igual o superior nivel que la destrucción del Estado Islámico, es la vida y el derecho a llevar una vida digna y en libertad de las poblaciones de Iraq y Siria. Por eso no comparto la estrategia que ha puesto en pie el gobierno de Obama. Me parece insuficiente, muy limitada en lo político, de modo que hace de la alianza política sólo para actuar militarmente el único aspecto político relevante.  Y no basta a mi juicio. Hay que ser más ambiciosos, justos y coherentes  políticamente; no sólo para vencer sino para vencer bien y de forma duradera. No se puede olvidar la situación actual de Libia a punto de hacerse crónica como "Estado fallido", tras una intervención militar aérea, en 2011, de los EE UU, Francia y el Reino Unido (con otros 13 países en misiones secundarias). Intervención que desbordó el marco del mandato de la ONU, a favor de un conjunto heterogéneo y poco conocido de fuerzas (varias de ellas islamistas) sólo unidas por su empeño de derrocar a Gadafi.
Las bases de una posición de izquierdas que fundamente una intervención política y militar en Iraq y Siria, a mi juicio necesaria para salvar a sus poblaciones, garantizando sus derechos fundamentales, y para derrotar al Estado Islámico y acaba con su califato, las abordaré en la segunda entrega de este artículo

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