Publicado en: Revista de Estudios y Cultura 73
Javier Doz
Presidente de la Fundación 1º de Mayo
Lo que expresa el
título de este comentario editorial es el objetivo principal del II Congreso
Trabajo Economía y Sociedad, tema principal de este nº73 de la Revista de Estudios y Cultura. Dicho en
positivo, el objetivo sería promover que la búsqueda de la igualdad sea el
valor o principio activo que informe todas las políticas. En España, en Europa
y en el mundo. Partimos de que hay que promover la igualdad y erradicar las
desigualdades y discriminaciones en todo el campo de los derechos políticos,
sociales y ciudadanos, tanto en los derechos de ciudadanía clásicos como en los
más modernos, como son la igualdad de género o la de orientación sexual. El
sindicalismo confederal lleva ya bastantes años incluyendo estos nuevos
enfoques en su acción reivindicativa.
El aumento insostenible de la desigualdad en la distribución
de la riqueza
Pero en este congreso se
hablará sobre todo de una desigualdad esencial, aquella que se refiere a la
distribución de la riqueza. Aunque no olvidaremos la importante componente de
género bajo la cual también se expresa esta desigualdad en nuestras sociedades.
Es una cuestión que se ha pretendido colocar en un lugar secundario del debate
ideológico y político desde la “revolución” conservadora de los años ochenta, que
coincidió con el inicio del segundo gran proceso de globalización del
capitalismo, y se fortaleció con el auge del neoliberalismo en los 90 y el
crecimiento de las grandes burbujas especulativas financieras e inmobiliarias
que llevaron a la Gran Recesión.
Los mantras
justificadores de las decisiones que en el campo de la economía política han
llevado a un tan fuerte aumento de la desigualdad han sido principalmente dos:
la necesidad de ganar competitividad en una economía globalizada y la necesidad
de reducir el Estado para incentivar la iniciativa privada, incluida la
inversión. Una variante de este último mantra son las políticas de austeridad
que, en situaciones de crisis, hacen descargar la reducción de los niveles de
déficit y deuda públicos en el recorte del gasto público, principalmente del
gasto social.
En el modelo económico
neoliberal la ganancia de competitividad se sustenta en la reducción de los
costes salariales y sociales para lo que se impulsa, en las sociedades
desarrolladas con organizaciones sindicales y negociación colectiva
relativamente fuertes, un debilitamiento de ambas y la anulación práctica del
diálogo social. Las políticas de austeridad y devaluación interna puestas en
práctica por las instituciones de la UE a partir de mayo de 2010, pero
concebidas desde bastantes años antes por
altos funcionarios de la Dirección General de Economía y Finanzas de la
Comisión Europea y del BCE, son un ejemplo destacadísimo de políticas
fomentadoras de la desigualdad, amén de políticas de probada ineficacia
económica. Han sido impuestas a los gobiernos de la zona euro, especialmente a
aquellos necesitados del rescate de sus finanzas públicas o de sus sistemas
financieros, que han perdido por completo la soberanía en materia de política
monetaria sin que la UE haya construido aún los instrumentos necesarios para
gobernar cualquier zona monetaria común, ni sus responsables políticos parezcan
tener prisa en hacerlo.
Al tiempo que imponían
o/y promovían la devaluación salarial -con la aquiescencia activa o la
incapacidad de formular alternativas distintas por parte de los gobiernos
nacionales de centro derecha o centro izquierda- las autoridades de la nueva
gobernanza económica europea (Troika,
Eurogrupo, etc.) no adoptaron ninguna medida que pudiera afectar a la capacidad
de acumulación de renta por parte de las élites económicas. Los resultados no
se han hecho esperar. Por poner un solo ejemplo: mientras que los trabajadores
españoles han visto disminuida su renta desde 2010, en cualquiera de sus
parámetros de medición, los consejeros de las empresas del IBEX han aumentado
sus ingresos, entre 2010 y 2014, nada menos que en un 22%.
Derrota fiscal, debilitamiento del Estado
El otro gran
instrumento para el fomento de la desigualdad dentro del modelo neoliberal
hegemónico son las políticas fiscal y presupuestaria. En Europa y en el mundo
se ha venido consintiendo –cuando no fomentando- el dumping fiscal, los
paraísos fiscales, el fraude y la elusión fiscales, y promoviendo reformas
fiscales de signo regresivo (que han afectado negativamente a la suficiencia de
los ingresos y a la progresividad de la tributación), al tiempo que se han
desarrollado sistemáticas políticas tendentes a privatizar, total o
parcialmente, los servicios públicos y a reducir en general la fortaleza del
Estado. La imprescindible armonización fiscal de la UE, que en el caso de la
zona euro debería llevar al establecimiento de una política fiscal común,
continúa siendo una utopía mientras no cambien las élites políticas europeas.
La armonización fiscal ni siquiera se formula como objetivo en el documento de
los cinco presidentes.
Algunos argumentarán
que se están tomando algunas medidas para combatir el fraude fiscal en el
ámbito de la UE, de la OCDE (recomendaciones del GAFI) y del G20. La presión de
la opinión pública obliga a declaraciones y a ciertas medidas, algunas de
compleja y prolongada implementación. Pero bastarían dos hechos
incontrovertibles para poner en duda la seriedad de los planteamientos de lucha
contra el fraude fiscal de las élites económicas y políticas. El primero es que
Europa sigue albergando sin problema paraísos fiscales que acumulan más de la
mitad de los capitales opacos totales, en su mayor parte procedentes del fraude
fiscal y de las organizaciones de la economía criminal. Con un mínimo de
voluntad política compartida, simplemente dejarían de existir. El segundo, de
un enorme simbolismo, es que Jean Claude Juncker ha sido elegido presidente de
la Comisión Europea después de conocerse que Luxemburgo había establecido
convenios con cientos de empresas multinacionales para permitir que estas
incumplieran sus obligaciones fiscales en los países en donde desarrollaban su
actividad, mientras desempeñaba los cargos de primer ministro y ministro de
finanzas del pequeño país centroeuropeo.
Cuando de un modo
consciente y planificado se debilitan los instrumentos que tienen los
trabajadores para participar en la redistribución de la riqueza en el nivel
primario (negociación colectiva, poder sindical, legislación laboral) y se
actúa en el nivel secundario (sistema impositivo, políticas presupuestarias,
prestaciones sociales, servicios públicos y otros instrumentos de salario
diferido) para promover una redistribución de la riqueza favorable para la
minoría de la sociedad de mayor nivel de renta, especialmente del 1% más rico,
los resultados no pueden ser sino un gran aumento de la desigualdad.
Poner fin a una situación insostenible
En España la crisis y
su gestión han llevado la desigualdad hasta extremos insoportables. Ha crecido
a una velocidad desconocida en la historia estadística: hemos pasado de ocupar
un lugar medio en el ranking de la desigualdad europea, en 2009, a ser hoy el
2º país más desigual de Europa, medido tanto por el coeficiente de Gini como
por los cocientes de la renta media entre los tramos de la población de mayor y
menor renta.
En Europa, los
resultados de haber aplicado en la gestión de la crisis las políticas
neoliberales, trufadas con el ordoliberalismo alemán, no sólo han hecho
aumentar la desigualdad social en muchos países deteriorando su cohesión social
interna, sino que han promovido el camino inverso al generalmente constatado en
la integración europea hasta este momento, el camino de la divergencia entre
los Estados. Al deterioro de la cohesión entre los Estados, embarcados en un
proyecto común tan complejo como la UE, se une la desconfianza hacia las
instituciones que la rigen. El contrato social de la posguerra, uno de los
pilares de la prosperidad y la cohesión de las sociedades europeas, ha sido
roto en una de sus bases esenciales, la igualdad.
Thomas Piketty, en su
monumental obra El Capital en el Siglo
XXI, muestra como el capitalismo en su actual fase histórica está produciendo en los países
desarrollados unos niveles de desigualdad similares a los que se generaron en
la primera gran oleada de globalización, la vivida en la antesala de la primera
guerra mundial. Piketty, al igual que economistas norteamericanos de la talla
de Joseph Stiglitz, Paul Krugman o James K. Galbraith, o, incluso, de economistas
del FMI como Kumfof y Rancière, entre otros, han demostrado que el aumento de la
desigualdad en la distribución de la riqueza, fenómeno que se viene produciendo
desde la década de los ochenta del pasado siglo, ha sido uno de los factores
principales que han generado una crisis de la dimensión de la actual. Las
élites económicas se han venido apropiando de cantidades cada vez mayores de renta,
que no pueden consumir sino que han dedicado a la especulación en los mercados
financieros e inmobiliario, apalancándose también para no poner en riesgo la parte
mayor de su riqueza. Mientras, los trabajadores y las clases medias, empobrecidos
en términos relativos y en ocasiones absolutos, como en los EE UU, se endeudaron para mantener
su nivel de consumo. Por este perverso mecanismo la desigualdad promovida por las
élites económicas y políticas se convirtió es un factor muy poderoso en la
génesis de la crisis. Una vez que la crisis estalla, esas mismas élites, en
Europa, promueven una nueva vuelta de tuerca en el crecimiento de la
desigualdad a través de las políticas de austeridad, reformas/recortes
estructurales y devaluación interna.
Esta es una situación
insostenible, en España y en Europa, a la que hay que poner fin. Mediante un
cambio profundo de las políticas y del modelo económico que coloquen el
objetivo de la igualdad en la distribución de la riqueza como un objetivo
esencial de las políticas económicas y sociales, al mismo nivel que el del
crecimiento de la economía y el empleo. Para ello hay que actuar en todos los
ámbitos, primarios y secundarios, de la distribución de la riqueza a los que
nos hemos referido en este artículo. Requerirá también un cambio en las
personas y los partidos que nos gobiernan, y, desde luego, una nueva relación
entre el poder político y el económico que rompa la subordinación del primero
hacia el segundo.
De todo esto vamos a hablar
en el 2º Congreso Trabajo, Economía y Sociedad que James K. Galbraith inaugurará
en la tarde del 21 de octubre.
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