Publicado en Nueva Tribuna.es
[http://www.nuevatribuna.es/opinion/javier-doz/eleccion-alcaldes-regeneracion-aferrarse-poder/20140808194152105950.html]
¿Qué diríamos de un gobierno que, utilizando una mayoría absoluta circunstancial, cambia el sistema electoral, en contra de la opinión de la oposición y a sólo unos meses de la celebración de unas elecciones con el claro propósito de establecer otro que favorece su continuidad en el poder y perjudica las opciones de sus adversarios? Como poco, cualquier demócrata diría que es un acto autoritario que erosiona gravemente la democracia, al romper sin acuerdo las reglas de juego establecidas
Pues bien, esto es lo que justamente está preparando hacer, en España, el Gobierno del Partido Popular con los cambios que quiere imponer en la Ley Orgánica del Régimen Electoral General (1985) para establecer que, en las próximas elecciones municipales, sea nombrado alcalde el cabeza de la lista más votada. Aunque no alcance la mayoría absoluta de los concejales según el sistema proporcional vigente (ya corregido por la Ley D'Hondt en favor de las opciones mayoritarias).
Cabían algunas dudas acerca de si
el PP se atrevería a llevar adelante en solitario un desafuero político de
semejante tamaño, pero las recientes declaraciones agosteñas de su portavoz
parlamentario, Alfonso Alonso, no dejan lugar a dudas. Cuando utilizando el tan
habitual (en política) género de la mistificación del lenguaje afirma que el PP
está "dispuesto a negociar hasta la extenuación" con el PSOE -y “el
resto de la oposición”, con la boca pequeña- para que la reforma de la ley
electoral cuente con el máximo consenso, no está queriendo decir otra cosa que
lo que llaman "elección directa de los alcaldes" se va a imponer, sí
o sí, con el rodillo de la mayoría absoluta de la que disponen en el Congreso y
en el Senado.
El PP ha desenterrado una antigua
propuesta tras el análisis de las elecciones europeas y de las tendencias
electorales que marcan las encuestas que parecen confirmar el importante
descenso de los apoyos electorales del PP, que unidos a los que sufre el PSOE marcan
una corriente hacia el fin del bipartidismo, y el fraccionamiento del voto de
la izquierda en torno a tres opciones: PSOE, IU y Podemos. Pero la espectacular
irrupción de Podemos, que en la encuesta del CIS de julio dobla los resultados que
obtuvo en las elecciones europeas, hace que la izquierda en su conjunto
ascienda claramente en intención de voto, aún
sin contar los avances de ERC en Cataluña y Bildu en Euskadi.
Es decir, que de confirmarse
estas tendencias y con el actual sistema electoral, la izquierda podría
recuperar la mayoría de los municipios si llega a acuerdos de gobierno,
cuestión nada fácil, dicho sea al margen. Y sin embargo, ¡oh casualidad!, con
las mismas tendencias pero con la reforma de la ley electoral que quiere
imponer el PP, sería este partido el que conservaría el poder en la mayoría de
los municipios importantes, aunque sufriera un descenso fuerte de votos y se
quedara en minoría en todos ellos. No se puede olvidar que la estrategia del PP
para conservar todo el electorado que va del centro derecha a la extrema
derecha, que tan buenos réditos electorales le ha proporcionado hasta el
momento, tiene su talón de Aquiles en la extrema dificultad para formar
alianzas de gobierno con otros partidos cuando no alcanza la mayoría absoluta.
Pero, al menos para el ámbito municipal, el PP ha encontrado la fórmula ideal
para resolver los dos problemas (descenso de votos e imposibilidad de alianzas)
de una vez: que gobiernen los ayuntamientos las listas más votadas aunque no
tengan la mayoría absoluta.
Pero claro, una propuesta con
intenciones tan partidistas y sectarias hay que revestirla como sea con
motivaciones más nobles. Y aquí entra un agravante, el de la forma de
justificación pública de su propuesta, que entra de lleno en el terreno de la
desfachatez política. El argumento principal a favor, que repiten cual letanía
de argumentario bien aprendido todos los portavoces populares, lo fijó
Rajoy en el pleno del Congreso de finales de junio cuando formuló por primera
vez la propuesta. Se trataría, según Rajoy, de una medida para contribuir a la
regeneración de la política: “…para mejorar la calidad democrática de nuestras
instituciones como están reclamando los ciudadanos” [fin de la cita]. Es decir,
el partido que no ha sido capaz de dar una sola explicación coherente, no
digamos ya de asumir responsabilidades políticas, de los gravísimos casos de
corrupción política que le afectan -Gurtel (con sus tres últimos tesoreros
nacionales procesados por el juez Ruz) y Bárcenas, en su dirección nacional con
Rajoy y Cospedal directamente tocados, más un impresionante historial de
corrupción autonómica y municipal, en muchos casos sin depurar, en varias
comunidades- pretende hacer pasar como "regeneradora de la vida
política" una reforma que ante todo busca el mantenimiento del poder en
una mayoría de alcaldías que previsiblemente perdería con la actual ley
electoral.
Otro agravante de fondo son sus visos de inconstitucionalidad. La Constitución Española establece la proporcionalidad como principio básico de nuestro sistema electoral, y lo desarrolla en una ley orgánica común para los ámbitos municipal, autonómico y estatal. Cualquier reforma que colocara automáticamente al cabeza de la lista más votada como alcalde tendría que llevar aparejada el que se le diera también automáticamente a su partido una mayoría absoluta de los concejales, so pena de hacer ingobernable el municipio si se dejara al alcalde en minoría permanente en su pleno municipal. De esta manera se establecería un sistema mayoritario no sólo para el nombramiento del alcalde sino para la determinación de la composición del pleno del ayuntamiento.
Al PP no parece importarle que,
como efecto secundario, su nueva fórmula para la elección de los alcaldes diera
una mayoría del poder municipal en Cataluña a ERC y en Euskadi a Bildu, como
también parecen reflejar las encuestas. Y esto cuando el movimiento
secesionista que lidera ERC marcha a velocidad de crucero y cuando empieza a
haber síntomas de que en Euskadi volverá a marchar aunque sea a un ritmo
más pausado pero con el espectro de ETA todavía en el mapa. Conviene recordar
que, a pesar de la pretensión del PP de figurar con la exclusiva del
patriotismo en temas como el terrorismo o la unidad de España, su
comportamiento en diversos momentos ha puesto de manifiesto que utiliza estos
"temas sagrados" en la lucha política partidista, incluso
subordinando los intereses de Estado a la conquista del poder o a su
mantenimiento en él. Tal ha sido el caso de la utilización del terrorismo como
arma política: el de ETA, tanto por parte de Aznar como de Rajoy cuando estaban
en la oposición, o el islamista, fomentando más allá de cualquier límite ético
o racional la "teoría de la conspiración" sobre la masacre terrorista
del 11 de marzo de 2004. Además, cuando se habla del modelo de Estado y de la
unidad de España, hay que recordar un hecho muy poco aireado: fue el primer
gobierno de Aznar, necesitado de los votos del PNV, quien llegó a un acuerdo
con los nacionalistas vascos para hacer permanentes las reglas de determinación
del "cupo" (lo que devuelve el Gobierno de Euskadi al Estado español
de la totalidad de impuestos que recauda) del Concierto vasco. El problema fue,
y es, que esas reglas, más que el propio régimen de conciertos, son las que han
hecho del régimen fiscal vasco un régimen de privilegio, con influencia nada
desdeñable en la "cuestión catalana" y en el resquebrajamiento del
modelo autonómico de la Constitución española. Con estos antecedentes, no
hay por qué asombrarse de que una toma generalizada del poder municipal, en
Cataluña y Euskadi, por parte de las opciones independentistas más radicales,
con las nuevas reglas electorales que el Gobierno pretende imponer, sea para el
PP una cuestión secundaria con respecto a su objetivo principal: conservar para
sí mismo y a toda costa la máxima cuota de poder.
Lo que pretende hacer le PP es autoritario
y antidemocrático. Es inaceptable en democracia que se cambien las reglas de
juego -las esenciales son la Constitución y la ley electoral- a golpe de
mayoría absoluta, poco antes de celebrarse unas elecciones para imponer un
sistema que le beneficia claramente. En Europa lo ha hecho recientemente un
político nacionalista de extrema derecha, Victor Orban en Hungría, con
consecuencias sumamente peligrosas para su país y para la UE. Aunque para
dar la mayoría absoluta y la alcaldía a la lista más votada se establezca la
cautela de que sólo se aplique esta regla si dicha lista alcanza el 40% de los
votos (al menos esto figuraba en la propuesta que hizo el PP hace cuatro años),
esto no salva las críticas de fondo que se pueden hacer al contenido de esta
reforma de la ley electoral y no afecta para nada a las muy duras que merece el
modo de realizarla. Y tratándose de una ley electoral las formas son
esenciales.
El PP simula no enterarse de
cuáles son los motivos concretos por los que la gran mayoría de la ciudadanía española
muestra un tan profundo como preocupante desapego por sus instituciones
democráticas. No es una desafección con respecto a la democracia sino con el
mal funcionamiento de las instituciones democráticas por la mala conducta de
sus principales agentes, los partidos políticos, en particular aquellos que
tienen o han tenido las principales responsabilidades de gobierno. En la lista
de motivos concretos figura muy destacadamente la corrupción pero en ella
también destaca el hartazgo con las mayorías absolutas y el bipartidismo a los
que con razón achacan los ciudadanos parte de los males principales. Por eso,
una reforma que pretende dar mayorías absolutas a quienes no la alcanzan con
los votos va en contra de lo que la mayoría de los españoles entiende por
regeneración democrática. Y por ello, la argumentación principal del PP suena
tan falaz. Tampoco debiera olvidar el partido que nos gobierna que otra de las
cosas que más detestan los ciudadanos del discurso político es la utilización
de la mentira. Las han captado tantas veces que en ocasiones no se creen ni las
verdades
Pienso que el tema tiene la
suficiente importancia como para que pueda levantarse una fuerte
contestación política y social que haga pensar al PP en que no es conveniente,
incluso en términos del propio interés electoral, realizar una fechoría
política de tal calibre cambiando las reglas de juego electorales en beneficio
propio a las puertas de unas elecciones
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