Este artículo ha sido publicado en:
Público.es
http://blogs.publico.es/uno-mayo/2015/04/20/frente-al-autoritarismo-libertad-e-igualdad/ , y en
Nueva Tribuna.es
http://www.nuevatribuna.es/opinion/javier-doz/frente-autoritarismo-libertad-igualdad/20150420072419114941.html
La crisis financiera y económica que estalló en 2008, cuyas muy negativas consecuencias seguimos padeciendo en España y en Europa, ha producido mucho desempleo, mucha pobreza y mucha desigualdad, los factores que más definen la injusticia social. Pero también ha venido acompañada de una reacción autoritaria que erosiona las libertades y derechos de nuestros sistemas democráticos.
En el actual renacimiento del autoritarismo han confluido, al menos, dos tipos de prácticas políticas. Por un lado, las que pretenden justificar la disminución o supresión de ciertos derechos democráticos -por ejemplo, la confidencialidad de las comunicaciones o el derecho a un juicio justo con garantías procesales- escudándose en la necesidad de luchar contra el terrorismo internacional, en su actual versión de signo yihadista. Por otro lado, las que hacen del recorte de los derechos y libertades un instrumento para combatir la protesta social. Si las primeras no ocultan sus objetivos e intenciones, las segundas procuran hacerlo mediante un discurso mistificador, en ocasiones incluso estableciendo ficticios lazos entre la protesta social y el terrorismo.
En ambos casos se da la circunstancia de que quienes preconizan o ejecutan estas prácticas de empobrecimiento de la democracia, o claramente antidemocráticas, son algunos de quienes más han contribuido con acciones y políticas equivocadas e injustas a favorecer el caldo de cultivo del terrorismo; o bien, a provocar un deterioro del bienestar de la mayoría y una más injusta distribución de la riqueza que justifican plenamente la protesta social.
No puedo dejar de pensar en los protagonistas de la foto de las Azores
al reflexionar sobre la contribución de la insensata segunda Guerra de Iraq, y
su no menos insensata posguerra, a la creación del Estado Islámico, que ocupa
hoy buenas porciones de territorio en
Siria e Iraq, y ha arrebatado a Al Qaeda el liderazgo del yihadismo
internacional. No negaré que el yihadismo sea hoy una amenaza muy seria a todas
las libertades y derechos, empezando por los de la población – musulmana,
cristiana o de otras confesiones- de los territorios que ocupan y terminando
por la negación del derecho a vivir y a expresarse libremente de los humoristas
de Charlie Hebdo o los universitarios keniatas. Pero al yihadismo hay que
combatirle mediante la coordinación internacional de la acción de los servicios
de inteligencia, policiales y judiciales, y aún por medios militares si resulta
imprescindible, pero siempre dentro del respeto a la ley y a los derechos
humanos. No se le combate con guantánamos
o abughraibs. No se le combate aceptando dictaduras como la de Al-Sisi en
Egipto mientras se racanea la ayuda económica al Túnez democrático. Estas
conductas, incompatibles con los valores democráticos, refuerzan la capacidad
del yihadismo para reclutar nuevos
partidarios. Lo mismo que el fracaso de las políticas de integración social de
la población de origen inmigrante en los países europeos. Tampoco es aceptable
para la salud de nuestras democracias la creación de sistemas de espionaje
masivo de las comunicaciones telefónicas y por Internet, como los que ha puesto
en funcionamiento la NSA, según la muy documentada denuncia de Edward Snowden,
y que, sin control alguno judicial o parlamentario, acaban utilizándose para el
espionaje político e industrial de los países amigos.
Pero el principal motor de las nuevas formas de autoritarismo que nos
ha traído la crisis económica es la tradicional actitud de la ideología más
conservadora que pretende combatir la justificada protesta social –contra las
consecuencias de la crisis y su nefasta gestión política, productora de pobreza
y desigualdad– con medidas represivas que implican un evidente recorte de
derechos fundamentales.
No es un fenómeno que se esté dando sólo en España, pero en nuestro
país y bajo el actual gobierno está alcanzando cotas muy preocupantes. Una de
sus peores expresiones es el ataque al principal instrumento que tienen los
trabajadores para enfrentarse a los recortes sociales y la devaluación
salarial: el derecho de huelga. El modo de hacerlo ha sido la reactivación de
un artículo del Código Penal, el 315.3, que permanecía peligrosamente
"dormido", utilizando la peor de las interpretaciones posibles, la
que confunde la legítima actuación de los piquetes de huelga con un atentado al
“derecho al trabajo”. Ni el Gobierno ni la Fiscalía general han querido responsabilizarse
de la masiva puesta en práctica del nuevo enfoque, pero son incapaces de
explicar cómo sólo ha comenzado a aplicarse dicha interpretación del 315.3
ahora, en las huelgas contra la gestión de la crisis. Cerca de 300
sindicalistas, la mayoría de CC OO y UGT, han sido procesados, y algunos
condenados ya, con peticiones de hasta ocho años de cárcel. El PP se ha negado
a derogar esta disposición legal concebida contra el derecho de huelga en la
reciente reforma del Código Penal.
La reforma del CP y la Ley de Seguridad Ciudadana ("Ley
mordaza") suponen a juicio de muchas organizaciones sociales y defensoras
de los derechos humanos un grave ataque a las libertades de expresión, reunión
y manifestación. La ampliación de los supuestos de faltas y delitos, el aumento
de la cuantía de las multas y de las penas, y la ampliación de los poderes del
gobierno a costa de los que tenía el sistema judicial en numerosos supuestos,
por actos relacionados con el ejercicio de tales libertades, difícilmente pueden tener otro propósito que el de actuar
contra las protestas sociales y atemorizar a los potenciales participantes en
las mismas.
A las reformas legales hay que añadir las constantes actuaciones
gubernativas en contra de protestas justas y pacíficas que han sido reprimidas
con detenciones, identificaciones y multas. En el caso de los desahucios se
pone de manifiesto el descarnado funcionamiento de un sistema injusto que
quiere protegerse reforzando el autoritarismo: los bancos que provocaron la
crisis y fueron rescatados con nuestro dinero promueven la pérdida de la
vivienda de aquellos a los que dejaron sin empleo y que el Estado, por
supuesto, no rescata; y a quienes se resisten civilmente a los desahucios se
les detiene y multa gubernativamente, o se les procesa.
Entre las amenazas varias que afectan al mundo de la cultura y la
comunicación, no podemos dejar de mencionar una que nunca ha quedado bien
resuelta en democracia: la injerencia de los gobiernos, nacional y autonómicos,
en el control de las televisiones públicas para ponerlas a su servicio en
contra de la libertad y el pluralismo de la información a los que tienen
derecho la ciudadanía que las financia.
De todas estas cosas se va a hablar el 23 de abril, a partir de las 19
horas, en los locales de Comisiones Obreras de Madrid de la calle Lope de Vega
38, en un acto organizado por la Fundación 1º de Mayo. En este año de elecciones,
desde diversas plataformas sociales y políticas deberíamos contribuir a que la
cuestión del deterioro de los derechos y libertades democráticos entre de lleno en el debate
electoral y a lograr de los partidos políticos compromisos para la derogación
del artículo 315.3 del CP y de la Ley de Seguridad Ciudadana.
La respuesta democrática a la protesta social no debería ser otra que
la promoción de la justicia social y la igualdad. El aumento de la desigualdad
fue un factor determinante en la formación de las burbujas especulativas
financiera e inmobiliaria que condujeron a la crisis. Y la crisis está haciendo
crecer tendencias políticas autoritarias, que se ven acompañadas por corrientes
sociales xenófobas y racistas. Por eso la lucha por la libertad y la igualdad
son, hoy, inseparables. Liberta e
igualdad deben completarse con la solidaridad, versión moderna de la
“fraternidad” que completaba la tríada de grandes objetivos de la Revolución
francesa. Hay que actuar decididamente para combatir las peores consecuencias que
la crisis económica y su mala gestión política han producido: el desempleo y la
precariedad laboral, la pobreza y la desigualdad. Pero hay que hacerlo
reforzando, además, los derechos y libertades de la ciudadanía, y promoviendo
los mayores niveles posibles de participación de la ciudadanía en la gestión de
los asuntos públicos.
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