Este artículo ha sido publicado en el Nº5 de "Pasos a la Izquierda", revista on-line de pensamiento político.
La crisis financiera
y económica que estalla en 2008 ha servido de catalizador de una crisis
política de considerable hondura que afecta tanto a las instituciones de la
Unión Europea como a numerosos sistemas políticos de sus Estados miembros. Los
movimientos sociales, en particular los nuevos movimientos de naturaleza directamente política, han jugado un papel
importante, tanto como expresión de dicha
crisis política como por la manifestación de su voluntad de transformar
las instituciones políticas democráticas y las relaciones sociales. En este
artículo trataré de examinar algunas de las características de la crisis
europea, de los movimientos sociales y el sindicalismo, y de los nuevos
movimientos políticos. Finalmente, trataré de formular algunas hipótesis sobre los modos de superación de las
diferentes crisis, entre las que mencionaré la crisis de la izquierda política.
1. La crisis europea: ¿el fin de la “buena historia” de
Europa?
Desmentida
plenamente ya, desde los albores de un Siglo XXI caracterizado ante todo por
las incertidumbres, la interesada y banal hipótesis de Francis Fukuyama acerca
del “fin de la historia”, algunas de las tendencias de la más actual historia
europea pueden llevarnos a preguntar si no vamos a empezar a enterrar la parte
buena del relato histórico de la Unión Europea para volver a la peor historia
de nuestro continente, la que durante siglos, hasta 1945, tuvo como
protagonistas a los nacionalismos europeos y sus constantes enfrentamientos,
tantas veces bélicos.
Motivos de alarma no
faltan si examinamos la vergonzosa “no solución” a la crisis de los refugiados -con
violación de las leyes internacionales y de los valores y principios de la UE
incluidos- que justifica las malas decisiones en el crecimiento de la xenofobia
y el racismo entre los ciudadanos de muchos países europeos, con lo que
alimenta aquello que debiera combatir. Porque las concesiones de los partidos
populares y socialdemócratas al discurso de la extrema derecha no harán sino
reforzar al nacionalismo xenófobo. Cuando la contaminación llega al extremo
alcanzado por las posiciones de los socialdemócratas austríacos, daneses o
finlandeses, podemos calibrar el alcance de una de las componentes de la crisis
política europea, la crisis de la socialdemocracia, de su proyecto europeo y de
sus políticas nacionales.
El crecimiento de
los nacionalismos, coincidente con un agotamiento del proyecto político
europeo, es una realidad anterior al estallido de la crisis económica. Pero
ésta y su nefasta gestión por parte de los principales responsables políticos
europeos los han reforzado extraordinariamente. Hoy en día, en sus expresiones
más claramente autoritarias, gobiernan Polonia[1]
y Hungría[2]
con mayoría absoluta, vulnerando principios políticos inscritos en los Tratados
de la UE y despreciando las tímidas advertencias que reciben de la Comisión
Europea. Tampoco son molestados en las respetables formaciones europeas a las
que pertenecen: el PPE, en el caso del Fidesz húngaro, y el CRE en el del PiS
polaco. El no cuestionamiento, por el momento, de la pertenencia a la UE por
parte de ambos se basa ante todo en razones tácticas y de interés económico. La
derecha y la extrema derecha nacionalista, euroescéptica o claramente
antieuropea, es una tendencia política sólida y creciente en cerca de 20 de los
28 miembros de la UE, situándose como primera fuerza política en países como
Francia y Austria.
Siendo esta la
situación en una mayoría de los Estados miembros y no habiendo reaccionado adecuadamente,
en modo alguno, ninguna de las dos tendencias políticas mayoritarias
-“populares” y socialdemócratas- sobre las que ha descansado el desarrollo de
la construcción europea en las últimas décadas, los líderes políticos de la UE
tienen muy escasas, por no decir nulas, posibilidades de corregir un rumbo
caracterizado por: la extrema tardanza o incapacidad para tomar decisiones, el
carácter equivocado de muchas de ellas, la desconfianza que suscitan en la
ciudadanía que deriva hacia una pérdida de confianza y de legitimidad de las propias
instituciones, y, por supuesto, la ausencia de un proyecto de futuro que ayude
a volver a agrupar las muy debilitadas fuerzas del europeísmo político.
Desde el cambio de
siglo ya se manifestaban las limitaciones del proyecto de construcción europea
por el método de los pequeños pasos. El miedo a la globalización y la gestión
de la misma por las políticas neoliberales que comenzaron a erosionar los
Estados de bienestar; el predominio de gobiernos nacionales de centro derecha o
de la tercera vía socialdemócrata (Schröder y Blair); la ampliación de la UE a
los países del centro y el este de la antigua esfera soviética, países en los
que fueron predominando el nacionalismo, el atlantismo y el liberalismo
económico más que un convencido europeísmo, etc. Todo ello promovió una
dilución del impulso de progreso en la construcción europea.
Y lo que ha sido más
grave en términos económicos: la Unión Monetaria se puso en marcha sin los
mecanismos, las instituciones y las políticas necesarios en cualquier zona
monetaria común, lo que se ha puesto de manifiesto de forma dramática a partir
del estallido de la crisis y está lejos de ser corregido. El rechazo al
proyecto de Constitución europea, en los referendos francés y holandés de 2005,
marcó un simbólico punto final a una trayectoria en la construcción política de
Europa, trayectoria no exenta de contradicciones y mitos.
Hoy, las concesiones
a David Cameron, regresivas en términos sociales y políticos, se contraponen a
cualquier lógica de recomposición y proyecto para un futuro común. Adoptadas para
ayudar al primer ministro británico
en el referéndum sobre el Brexit, convocado
para resolver las luchas por el poder internas de los tories, marcan, junto al Acuerdo de la vergüenza con el gobierno
autoritario de Erdogan para deportar a Turquía a los refugiados sirios y de
otros países, una de las horas más bajas que ha conocido la UE en toda su
historia.
Neoliberalismo, nacionalismos y déficit democrático,
vectores de demolición de la UE
La gestión política de
la crisis económica ha sido el factor principal que ha profundizado y acelerado
la crisis política en sus diversas componentes: divergencia económica entre
países; ruptura de la cohesión social en muchos de ellos; falta de capacidad de
gobierno y ausencia de procedimientos democráticos en la imposición, por parte
de la Troika, el Eurogrupo, el
Consejo o la Comisión de las medidas de austeridad extrema, devaluación interna
y “reformas estructurales” que no han sido otra cosa que recortes sociales y
laborales y debilitamiento de la negociación colectiva y del papel de los
sindicatos. Es decir, todo un programa de contrarreformas.
La aplicación no
democrática de los principios de la economía política alemana más conservadora –síntesis
del ordoliberalismo alemán tradicional con el neoliberalismo moderno- ha
producido una prolongación y profundización de la crisis, a diferencia de lo
ocurrido en los EE UU y otras áreas geográficas que aplicaron políticas
neokeynesianas, y unas secuelas sociales y políticas muy negativas: incremento
del paro, de la pobreza y la desigualdad, en la distribución de los ingresos y
en las oportunidades sociales.
Es decir, han sido
unas políticas equivocadas e injustas que han producido unos efectos que son
los contrarios de los que permiten caminar juntos en un proyecto supranacional,
mucho más aún si ese proyecto ha sido diluido por esas mismas políticas y otros
factores y no se tiene la voluntad política de reconstruirlo o refundarlo.
Neoliberalismo –en
versión alemana- más nacionalismos, en un marco que se percibe, con razón, como
escasamente democrático, son poderosos factores de demolición del proyecto
europeo.
Aunque la ausencia
de proyecto por parte del centro derecha europeísta, que no vive -en relación
con la UE- de otra cosa que del pragmatismo y oportunismo de la canciller
Merkel, es un serio hándicap para enfrentarse a la crisis política de la UE, no
cabe duda que lo que más ha resaltado, desde que estalló la crisis, es la falta
de alternativas por parte de la socialdemocracia europea a las políticas de
austeridad. Este hecho ha agudizado la crisis de las formaciones políticas de
este signo, formaciones que ya habían manifestado con anterioridad su
incapacidad para apartarse de las fórmulas del neoliberalismo cuando alcanzaban
el poder.
La crisis de la socialdemocracia
La disipación de las
diferencias entre los partidos de centro derecha y de centro izquierda se
produce por una aceptación, por parte de estos últimos, del modelo de
globalización neoliberal, realizado bajo la hegemonía del capital financiero.
Dejando en un segundo plano la primacía política de la lucha por la igualdad,
muchos partidos socialdemócratas entraron de lleno en el juego de aceptar las
supuestas “obligaciones” de la economía globalizada –competitividad basada en
la rebaja de salarios, condiciones de
trabajo y prestaciones sociales- cuando, en muchos casos, no eran sino
cláusulas encubiertas de subordinación a los intereses del capital financiero,
de las grandes empresas transnacionales y de una élites económicas reacias a
cualquier sacrificio fiscal.
Se resintió no sólo
el compromiso de la socialdemocracia con la igualdad y la justicia sino también
con la democracia. La aceptación de la subordinación del poder político a
intereses económicos supranacionales –globales o europeos- ocultos, o
establecidos a través de relaciones muy opacas que incluyen la corrupción y las
“puertas giratorias”, no sólo ha deteriorado gravemente el mensaje
socialdemócrata, sino que también ha contribuido a debilitar la democracia y al
resurgir de los nacionalismos y populismos o de los nuevos movimientos sociales
de naturaleza política.
La crisis de la
izquierda socialdemócrata ha llevado, allá donde existía una fuerte
movilización social y formaciones a la izquierda de los socialistas –Grecia- o
movimientos políticos de nuevo tipo –España y el 15M- al surgimiento de
alternativas políticas de gobierno como Syriza y Podemos a la izquierda de los
partidos socialdemócratas. La saña con la que los principales gobiernos y las
instituciones europeas, dirigidas por políticos de las todavía dos principales
fuerzas políticas europeas, han realizado la operación de acoso al Gobierno de
Alexis Tsipras, hasta lograr la derrota de su tentativa de salirse del cerco de
una austeridad suicida, ha sido un claro ejemplo de partidismo sectario y una
advertencia a los electores de otras naciones. Todo ello formulado por
gobernantes desprestigiados, incapaces de formular cualquier tipo de proyecto
atrayente para superar la crisis política europea y para que los ciudadanos puedan
volver a confiar en la UE.
En resumen, las
principales características de la crisis europea son, a mi juicio: inadecuación
y mal funcionamiento de las instituciones de gobierno de la UE; falta de
resortes y capacidades de gobierno en el terreno económico, imprescindibles en
la zona euro; desarrollo de procesos de divergencia entre naciones y de
desigualdades y ruptura de la cohesión social en el interior de las mismas;
crisis de confianza de la ciudadanía hacia sus gobernantes y las propias
instituciones (europeas o/y nacionales); ausencia de proyectos de futuro y de
fuerza ideológica y política para ponerlos en marcha enfrentándose a las
ideologías y políticas nacionalistas y de la extrema derecha; crisis de
identidad y de proyecto de la izquierda socialdemócrata,...
2. El sindicalismo europeo frente a la austeridad y la
crisis política de la UE
En los límites de
espacio de este artículo sólo cabe realizar unas pinceladas descriptivas de lo
que han sido, sin duda, las más importantes movilizaciones sindicales y sociales que ha conocido la historia de Europa después
de la 2ª Guerra Mundial. Al menos en el terreno sindical y teniendo en cuenta
su extensión geográfica y la existencia de nexos comunes entre los procesos
nacionales en un mismo período de tiempo. No alcanzan, por supuesto, la
intensidad de un Mayo del 68, en Francia, o del “otoño caliente del 69”, en
Italia, o las protagonizadas por el movimiento obrero y la oposición
democrática en España al final de la Dictadura de Franco y en 1976, o las que
promovieron el fin de los regímenes del “socialismo real” en el centro y el
este de Europa. Pero en todos estos casos hablamos de procesos nacionales o/y
regionales. En todo caso, nunca hubo una
concatenación de un número tan elevado de huelgas generales en un espacio de
tiempo relativamente corto.
En el Informe sobre
el Estado de la Unión Europea (Fundaciones Alternativas y Friedrich Ebert,
2014), publiqué un artículo sobre las movilizaciones sindicales y sociales en
Europa en 2013[3], que, en
lo tocante al campo sindical, daba cuenta de que en el período de menos de
cuatro años, comprendido entre el momento de la adopción de las políticas de
austeridad (mayo de 2010) y finales de 2013, se habían producido en Europa 37
huelgas generales, un número desconocido en nuestro continente desde antes de la
2ª Guerra Mundial. De ellas, eso sí, 26 habían tenido lugar en Grecia, y el
resto en España, Portugal, Italia, Bélgica y Chipre.
Desde 2014 se han
producido otras doce huelgas generales en: Bélgica (2), Italia (2) y Grecia (6), de las cuales cuatro han sido contra
el gobierno de Syriza, la última de dos días, los pasados 6 y 7 de mayo, contra
la reforma de las pensiones impuesta por la UE, junto con otros recortes, como
condición para la aprobación del tercer plan de rescate de las finanzas
públicas griegas. Aunque no ha sido convocada como huelga general, sino
basándose en huelgas escalonadas y coincidentes de los sectores públicos y en
grandes manifestaciones, hay que terminar mencionando el gran movimiento de
protesta que se desarrolla en Francia y que continúa vivo en el momento de
escribir este artículo, contra la reforma laboral de la Ley El Khomri (nombre
de la ministra de trabajo), bajo los auspicios de la CGT y otras centrales
sindicales francesas[4].
El movimiento sindical ha convergido con el estudiantil en numerosas ciudades y
de ambos ha surgido, en París y otras ciudades francesas, el movimiento
político La Nuit Debout, inspirado en
el 15M y otros movimientos que surgieron en 2011, al calor de las
movilizaciones de la Primavera Árabe.
Los movimientos
huelguísticos sectoriales y de empresa han sido muy numerosos, destacando los
producidos en los sectores públicos y de la educación de numerosos países. En
el caso de la educación, las movilizaciones han sido realizadas tanto por los
sindicatos de profesores y personal de servicios como por las organizaciones de
estudiantes de las enseñanzas secundaria y superior.
Las huelgas
sectoriales y de empresa han sido en su gran mayoría de tipo defensivo –contra
los despidos en procesos de reestructuración, contra los intentos de rebajar
los salarios o empeorar las condiciones de trabajo, o por reclamación de
salarios impagados. Sólo en Alemania, Suecia, Dinamarca e Irlanda se han
producido, a partir de 2012, un número algo significativo de huelgas ofensivas,
por la mejora de los salarios y de las condiciones de trabajo.
Varios elementos
comunes han tenido las movilizaciones sindicales de carácter general, en
particular las huelgas generales, que se han desarrollado en Europa a partir de
2010: se han dirigido contra las políticas de austeridad y devaluación salarial
y sus consecuencias laborales y sociales y se han producido, sobre todo aunque
no solo, en los países sometidos a rescates de las finanzas públicas, o de su
sistema bancario, por parte de la troika,
o sometidos a vigilancia y prescripciones a través de las “Recomendaciones
por país” del Semestre Europeo. Es decir, las movilizaciones se han dirigido en
primera instancia contra los gobiernos nacionales y en una segunda y más
genérica contra las instituciones europeas y la troika. Como las decisiones de
los gobiernos nacionales estaban sometidas a prescripciones u orientaciones de
instituciones supranacionales, aquellos se han escudado en éstas para no
aceptar las reivindicaciones sindicales. Como es bien sabido, las instituciones
europeas y el FMI sufren de forma muy lejana y llevadera la presión del rechazo
social. Esta ha sido una de las razones por las que unas movilizaciones
importantes no han conseguido apenas fruto alguno, si se exceptúa algún logro
muy concreto, a veces de modo indirecto y temporal, como han sido las
sentencias del Tribunal Constitucional de Portugal que han anulado decisiones
del Gobierno que traducían condiciones impuestas por la troika en el memorándum del plan de rescate portugués.
Otra de las razones es
la notable divergencia de situaciones económicas, políticas y de cultura
sindical entre los países centrales que han impuesto la austeridad –Alemania,
Holanda, países nórdicos,…- y los países del Sur (y del Este) de Europa, que la
han sufrido en mayor medida y que han luchado contra ella. Quien decidía, la
canciller Merkel, se sintió mucho más presionada, en 2010, por el calendario de
las elecciones regionales alemanas que por las movilizaciones sindicales en
Grecia o en España o el sufrimiento de sus pueblos. Mientras, la DGB, que tiene
interiorizado que la Constitución alemana prohíbe las huelgas generales de
solidaridad, conseguía en el año más duro de la recesión, 2009, que el paro no
subiera y los trabajadores mantuvieran el empleo con recortes del tiempo de
trabajo y del salario, compensados estos últimos por la percepción de una parte
proporcional del seguro de desempleo. Este sistema, llamado Kurzarbeit, fue negociado con el gobierno,
en la concertación política general, y concretado a través de la negociación
colectiva en las empresas de los sectores industriales exportadores, que son
los que mantienen una tasa de afiliación sindical alta. Es evidente que la
canciller Merkel hizo lo necesario para cuidar la paz social en Alemania y le
importó bien poco lo que al respecto sucediera en los países del Sur de Europa.
El ataque llevado a
cabo por el Eurogrupo, el Consejo Europeo y la troika contra los fundamentos de las relaciones laborales, la
negociación colectiva y el estado de bienestar en numerosos Estados miembros ha
sido muy profundo y ha sido realizado con absoluto desprecio de los
procedimientos democráticos, de las instituciones del diálogo social y de las
propias leyes, fuesen estas los convenios de la OIT, la Carta de Derechos
Fundamentales de la UE, la Carta Social Europea o las mismas constituciones
nacionales.
La huelga general europea era necesaria pero no fue posible
La Confederación
Europea de Sindicatos (CES) convocó, durante este período, diversas jornadas de
movilización europea, contra los efectos de la crisis y de la austeridad, bajo
la fórmula de euromanifestaciones centralizadas o jornadas de acción
descentralizadas. Al comienzo de la crisis destacó la celebrada el 14 de mayo de
2009, con cuatro grandes manifestaciones en Madrid, Bruselas, Berlín y Praga. Pero
sólo la celebrada el 14 de noviembre de 2012, tuvo el impacto suficiente como para
que algunos medios hablaran, con exageración, de huelga general europea por el
hecho de que la hubiera en cinco Estados de la UE (Portugal, España, Italia,
Grecia y Chipre), amén de manifestaciones y otras acciones en un total de 28
países (incluidos Turquía y Suiza). Se consiguió, en buena medida, por un
trabajo de coordinación sindical entre centrales nacionales llevado a cabo por
iniciativa de CC OO, UGT y la CGTP portuguesa.
Pero tampoco bastó.
Se puede extraer una primera conclusión: las huelgas y otras movilizaciones
generales se han llevado a cabo, sobre una base nacional, cuando las decisiones
políticas contra las que se luchaba se tomaban en el ámbito de la UE. Para
triunfar hubiera sido necesaria una acción general de todo el sindicalismo
europeo, contundente y prolongada, que hubiera incluido una huelga general
europea. Y eso no fue posible, no es posible por el momento, dada la diversidad
de situaciones nacionales y de culturas y prácticas sindicales en el
sindicalismo europeo que la CES no ha sabido todavía sintetizar para impulsar una
capacidad de movilización supranacional potente.
El sindicalismo
europeo ha pagado en términos de afiliación e influencia la derrota, en muchos
países, frente a las políticas de austeridad, devaluación salarial y recortes
sociales. Esta derrota ha incidido en una crisis que también afecta al
sindicalismo. La crisis viene de antes, y no puede ser objeto de estudio más
detallado en los límites de este artículo. Una buena visión general de la misma
la da el trabajo de los investigadores del Instituto Sindical Europeo
(ISE/ETUI) Bernaciak, Gumbell-McCormic y
Hyman (2015)[5].
3. Movimientos sociales de naturaleza política
El 17 de diciembre
de 2010, el vendedor ambulante Mohamed Bouazizi se prendió fuego en la ciudad
tunecina de Sidi Bouzid como protesta frente al acoso y extorsión que sufría
por parte de la policía local corrupta que le impedía trabajar en el modo de
subsistencia de su familia. Este hecho sirvió de catalizador de un proceso de
manifestaciones y huelgas masivas que llevaron, el 14 de enero de 2011, al
derrocamiento del dictador Ben Ali.
Inspiradas en el
ejemplo de Túnez, entre enero y marzo de 2011 se desencadenaron movilizaciones
populares masivas en Egipto, Yemen, Baréin, Libia, Siria y, en menor medida, en
Marruecos. Cayeron los dictadores Mubarak y Gadafi (tras una guerra civil con
intervención internacional y una posterior desintegración del Estado libio) y derivaron
en guerras civiles no conclusas en Yemen y Siria, con un creciente predominio
de los grupos yihadistas y con la intervención de las potencias regionales
sobre la base de los lineamientos político-religiosos que enfrentan a las dos
grandes corrientes de la religión musulmana: la sunita y la chiita.
Sin embargo, las
motivaciones y los objetivos originales de todos los movimientos populares de
la Primavera Árabe fueron coincidentes: el rechazo a dictaduras que promovían
la desigualdad y la injusticia y una enrome corrupción, en un contexto de grave
crisis económica y desempleo masivo de la población juvenil, y la aspiración a
vivir en libertad y democracia y con justicia social y gobiernos honrados. En
todos los casos tuvieron un papel decisivo en el desencadenamiento y la
extensión de los procesos de movilización popular las redes sociales, Internet
y la telefonía móvil. La espontaneidad fue una característica básica de casi
todos los procesos revolucionarios, aunque hubiese actores sociales y políticos
organizados que tuvieron un papel desigual según en qué países. Es un hecho
significativo que en el único país en el que se ha mantenido la democracia, donde
se desencadenó la Primavera Árabe, Túnez, existía bajo la dictadura una central
sindical, la UGTT, y otras organizaciones de la sociedad civil más
desarrolladas que en los demás países árabes y que conservaban un cierto grado
de autonomía respecto al poder dictatorial. Y fueron los interlocutores
sociales y otras organizaciones de la sociedad civil, organizadas en el
Cuarteto para el Diálogo Nacional en Túnez[6],
quienes jugaron un papel decisivo para evitar, en 2013, que la situación
derivara hacia un enfrentamiento civil entre los islamistas de Ennahda, en el
gobierno, y las fuerzas laicas, en un contexto de elevada actividad armada de
las organizaciones yihadistas. El Cuarteto intervino también para lograr la
aprobación de una Constitución, básicamente laica, mediante el consenso de las
principales fuerzas políticas. Personalmente tuve ocasión de comprobar in situ,
en el primer año de la revolución tunecina, el interés que suscitaba en la UGTT
y otras fuerzas sociales y políticas el modelo de transición de la dictadura a
la democracia en España.
Aunque hoy en día se
tiene en los medios de comunicación occidentales una percepción negativa de las
revoluciones de la Primavera Árabe, por su fracaso temporal, por las guerras
civiles que generaron -después de la irrupción en sus procesos políticos y sus
derivas militares de las distintas corrientes islamistas y yihadistas, incluidas
Al Qaeda y el Estado Islámico- y por su grave condicionamiento por la
geopolítica religiosa de la región, no se debe olvidar sus orígenes:
básicamente laicos, democráticos y espontáneos. Tampoco la notable influencia
que tuvieron en movimientos como el 15M en España y similares que se
desarrollaron con fuerza, en 2011 y años posteriores, en EE UU (Occupy Wall Street), Italia, Portugal (Que se lixe a troika), Turquía (Plaza Taksim-Parque Gezi), Hong-Kong,
Israel, Mexico, Brasil, etc., y hoy en Francia (La Nuit Debout) al calor de
la movilización sindical y estudiantil. La prohibición, por parte de las
autoridades chinas, de la divulgación de informaciones sobre las revoluciones
árabes, en los medios de comunicación y a través de Internet, fue todo un
síntoma del temor a su fuerza de contagio que produjo en las dictaduras.
Porque, reconociendo
las particularidades y diferencias que ofrecen estos movimientos sociales de
naturaleza política en los distintos países y regiones del mundo, los rasgos
comunes son muchos, y compartidos con los movimientos de la Primavera Árabe.
Además de las características de espontaneidad, papel relevante de las redes
sociales y aspiración de autonomía respecto a las fuerzas políticas y otras
organizaciones sociales, nos encontramos con una base de indignación que estalla,
por diversos eventos que actúan de catalizadores. La indignación la da la
percepción social de la crisis, de las situaciones de paro, precariedad
laboral, pobreza, empeoramiento de las condiciones de vida de una mayoría de la
sociedad (trabajadores y clases medias), en contraste con el mantenimiento, o
aún el aumento, de la riqueza de una parte minoritaria, en particular de los
más ricos –el 1%- y de las élites económicas. En muchos países –entre ellos
España- la aceptación del estado de cosas, económico y social, y del modo de
gobernar en beneficio de las minorías privilegiadas se vuelve insoportable al
comprobar los elevados niveles de corrupción política y económica del sistema.
Si en los países
árabes el objetivo político podía concretarse en el derrocamiento de las
dictaduras y el establecimiento de sistemas políticos democráticos, en los
países democráticos occidentales la crítica de los nuevos movimientos sociales
se concentra en el anquilosamiento de las instituciones democráticas y su
degradación -por la corrupción y por las decisiones políticas tomadas para
defender los intereses de los más privilegiados-, la falta de control real de
las decisiones y el oscurantismo de los procesos de toma de decisión, la
externalización de muchas decisiones políticas importantes a instituciones
transnacionales –europeas o globales- que no son democráticas y sobre las que
la ciudadanía no tiene capacidad de decisión real. La crisis de legitimidad de
las instituciones políticas de los países democráticos, concretada en el
eslogan “que no nos representan”, tiene un serio fundamento. Sin embargo, también
pueden derivarse de esta crisis conductas políticas muy peligrosas como son los
nacionalismos, el antieuropeísmo, los populismos, o las opciones puramente
antisistema.
Los vectores
políticos que acabo de mencionar no son, por otra parte, nuevos en la historia.
De hecho aparecen en mayor o menor grado en todas las revoluciones y rebeliones
que en la historia han sido. Lo que les hace diferentes, además del contexto
histórico político, es que vivimos en la era de la comunicación digitalizada,
instantánea y global.
Para profundizar en
el tema de los nuevos movimientos sociales de naturaleza política general
resulta de nuevo necesario acudir a Manuel Castells (2012)[7]
Los movimientos sociales en la escena política: Italia
y España
De todos los países
mencionados, en donde se ha desarrollado movimientos sociales de naturaleza
política, sólo en dos de ellos, España e Italia, han contribuido a la creación
de partidos o plataformas políticas que han entrado de lleno en la arena electoral.
La formación de Syriza responde a otro patrón, más conocido, de coalición de
organizaciones de izquierda y extrema izquierda. Pero tanto en su génesis, como
en su carácter y programa, las diferencias entre el Movimento 5 stelle y Podemos son notables. Pero ambos utilizan como
referencia genética los movimientos sociales populares contra el secuestro y
degeneración de la democracia por el sistema tradicional de partidos.
En Italia, donde
actuaban otros movimientos populares contra la corrupción y por la regeneración
de la vida democrática, el Movimento 5
stelle, creado por Beppo Grillo y Gianroberto Casaleggio en octubre de
2009, pretende fundir en una misma plataforma política el movimiento político,
con fuertes dosis de ideología antisistema, con la construcción de una nueva
organización política que compita electoralmente. Convertido en la fuerza
política con mayor porcentaje de votos –el 25,4%- en las elecciones generales
de febrero de 2013, hace de la crítica al sistema de partidos el núcleo de una
posición que entra dentro de lo que podría calificarse de “antipolítica”.
Inclasificable en términos de izquierda-derecha, tan pronto puede defender una
propuesta socialmente avanzada como, llevado por su oposición a la UE, intentar
formar grupo parlamentario en el Parlamento Europeo con el UKIP británico de
Nigel Farage.
En España, Podemos
nace de la reflexión y el activismo de un grupo de profesores de la Facultad de
Ciencias Políticas de la UCM, en conexión con exmilitantes de Izquierda Unida,
militantes de Izquierda Anticapitalista y activistas del 15M y de las diversas
“mareas”. Nace con mucha capacidad para trabajar en las redes sociales y buenas
oportunidades de utilizar los medios de comunicación. Podemos pretende conjugar
su carácter de organización política de “nuevo tipo” con una estructura de
poder interno fuertemente centralizada y el cultivo del liderazgo mediático.
Podemos ha logrado canalizar hacia la participación electoral y política a buena
parte de quienes participaron o simpatizaron con el movimiento 15M. Interesado,
en un principio, en salirse de la dicotomía izquierda-derecha para cultivar
polarizaciones del estilo “los de arriba y los de abajo” o “la gente/el pueblo
versus la casta”, el tránsito por una sucesión vertiginosa de procesos electorales
desde su exitosa irrupción en las elecciones europeas de 2014, les ha llevado a
intentar, de cara a las generales del 26J a primar la unidad, en Unidos Podemos,
del máximo posibles de organizaciones, estatales y autonómicas, a la izquierda
del PSOE, y a elaborar un programa más realista para presentarse como opción de
gobierno.
Se podrá discrepar,
más o menos, con la trayectoria de Podemos desde su nacimiento –yo lo hago de
varias de sus actuaciones tras las elecciones del 20D y de algunos puntos de su
programa- pero no se puede negar el papel positivo que ha jugado para canalizar
hacia el campo político democrático a una gran masa de gente indignada, con
justificadas razones, que en muchos otros países europeos se están yendo a
opciones de extrema derecha, nacionalistas, antieuropeístas, populistas del
peor signo, o simplemente “antipolíticas” como el Movimento 5 stelle. En comparación con el panorama europeo, los
españoles deberíamos sentirnos muy satisfechos de que la respuesta a la crisis
de los partidos tradicionales haya llevado a la emergencia de nuevos partidos
como Podemos y Ciudadanos. El problema es que esto no basta: hay que acertar a
traducir la nueva política en programas y coaliciones de gobierno que lleven a
enfrentar los gravísimos problemas económicos, sociales y políticos que tiene
España, en un contexto de soberanía limitada.
Para un análisis
comparativo de los movimientos sociales M5S italiano y 15M español resulta
interesante leer a Solanes Corella y La Espina (2015)[8].
En los demás países en los que se
produjeron movimientos sociales de naturaleza política a partir de 2011, estos
no han generado nuevas plataformas políticas. El 2 de marzo de 2013, el
movimiento Que se lixe a troika[9], logró reunir en Lisboa la que casi todos
los observadores calificaron como la mayor manifestación de la historia de
Portugal. Se celebraron manifestaciones masivas en otras 40 ciudades
portuguesas. La manifestación se disolvió tras un impresionante y masivo
cántico del Grandola Vila Morena, después de pedir el fin de la
austeridad y los recortes, la salida de la troika y la dimisión del Gobierno.
Tras las elecciones generales de octubre de 2015, el Partido Socialista
recuperó el gobierno, en base a un acuerdo programático de izquierdas que le
garantiza el apoyo parlamentario de la Coalición Democrática Unitaria (PCP-PEV)
y del Bloco de Esquerda. El hecho histórico, desde el 25 de Abril de 1974, de
que el Partido Comunista Portugués apoyase a un gobierno del PS pudo tener que
ver, con bastante probabilidad, con la histórica manifestación del 2 de marzo.
En general resulta
muy difícil, en el sentido de lo que parece pretender Pierre Bordieu en los
artículos que han servido de referencia a este número de Pasos a la Izquierda, que
las organizaciones y movimientos sociales lleguen a ocupar el espacio político
para producir profundas transformaciones. Pueden ayudar a producir rupturas y
revoluciones pero no a constituirse, por sí mismas, en los nuevos sujetos
políticos. Se necesitan actores políticos que creen nuevos sujetos políticos. Y
lo que hay que procurar es que sean mejores que los anteriores. Por supuesto
que, en un nuevo escenario político más democrático, los interlocutores
sociales y las organizaciones de la sociedad civil tienen que tener un papel
social y político más relevante. Eso contribuirá a mejorar la calidad del
sistema democrático y a hacer más justas nuestras sociedades. Pero sería un
profundo error pensar que pueden o deben entrar de lleno en la esfera de la
política.
Otros movimientos y organizaciones sociales: su
relación con el movimiento sindical
El muy amplio espectro de movimientos y
organizaciones que han desarrollado acciones y actividades en Europa en los
últimos años impide abarcarlo en un breve apartado. En un extremo del espectro
están los movimientos violentos y desestructurados que periódicamente
protagonizan disturbios en barrios marginados de la periferia de las grandes
ciudades – en Francia, Reino Unido y otros países europeos- y que a veces alcanzan
una cierta orientación política, como los que estallaron en el barrio del Husbi
de Estocolmo, tras la muerte de un inmigrante portugués a manos del a policía
en mayo de 2013, y que se extendieron a otras ciudades suecas durante una
semana. Los movimientos de okupas y otros de orientación anarquista están
presentes en numerosas ciudades europeas. En el otro extremo del espectro
podrían situarse las ONG dedicadas a la cooperación internacional para el
desarrollo que reciben fondos de las agencias gubernamentales de cooperación
internacional para ejecutar buena parte de las ayudas oficiales para el
desarrollo y que participan también en actividades de sensibilización y en
movilizaciones contra la pobreza. Con estas organizaciones, así como con las integrantes
de los movimientos feminista y ecologista, el sindicalismo confederal español
lleva manteniendo relaciones y desarrollando actividades conjuntas desde hace
bastantes años. Esto también ocurre en la mayoría de los países europeos.
La confluencia del sindicalismo con otras
organizaciones y movimientos sociales sectoriales se ha producido en las
movilizaciones (huelgas y manifestaciones) contra los recortes en los sectores
educativo y sanitario. En España, las grandes movilizaciones en el sector de la
educación contra la nefasta Ley del ministro Wert, la LOMCE, fueron convocadas
por sindicatos de profesores, organizaciones de estudiantes y federaciones de
asociaciones de madres y padres de alumnos. Este fenómeno también ha ocurrido
en otros países europeos. Sólo en el año 2013 se pueden reseñar convergencias
de este tipo, en el sector de la educación, en otros ocho países europeos[10].
En España esta convergencia en la acción se ha producido también entre el
sindicalismo y las “mareas”, la verde de la educación y la blanca de la
sanidad. La Cumbre Social,
integrada en su momento de mayor proyección por 140 organizaciones y redes de
organizaciones sociales, está impulsada por las centrales sindicales (CC OO,
UGT y USO). La Cumbre apoya las convocatorias sindicales y las de otros
movimientos como las “mareas” o las “marchas de la dignidad”.
En
el ámbito europeo existen también coordinaciones sectoriales o temáticas en las
que participa el movimiento sindical, a través de la CES y de las centrales
sindicales nacionales. Mencionaré un ejemplo: la red de plataformas que luchan
por el establecimiento de un impuesto a las transacciones financieras y el fin
de los paraísos fiscales que tiene diversos nombres en cada país (Robin Hood
Tax en varios de ellos).
Las organizaciones y movimientos de naturaleza
política general han tenido en el ámbito europeo varias fórmulas de
coordinación. La más importantes ha sido, hasta 2012, el Foro Social Europeo
(FSE), filial europea del Foro Social Mundial (FSM), que se reunió por primera
vez en Porto Alegre (Brasil) bajo los auspicios de la alcaldía de esta ciudad y
de un comité organizador brasileño muy influenciado por el PT y la CUT. El FSE
fue constituido en 2002. Su comité de dirección pasó a ser controlado por
organizaciones políticas de extrema izquierda y en sus actividades se
manifestaban importantes recelos y críticas hacia el sindicalismo
“institucionalizado” de la CES. Su último encuentro se celebró en Florencia, en
2012, para conmemorar el décimo aniversario de su creación. No ha vuelto a
tener actividad conocida.
En
la reunión de Florencia se acordó, apoyar como organismo de coordinación de los
movimientos sociales la recién constituida Alter
Summit que nació con la vocación expresa de establecer un nexo sólido y
permanente entre los sindicatos europeos y los movimientos sociales. Alter
Summit agrupa a unas 180 organizaciones y redes europeas de 21 países,
entre ellas numerosas organizaciones sindicales y la propia CES. En Alter Summit tiene influencia aglutinadora la red europea
de Attac. Los próximos días 15 y 16 de junio celebrará su Asamblea anual que
preparará un Foro general para el próximo mes de noviembre
4. Algunas reflexiones a modo de conclusión
El análisis de la
realidad social y política española y europea, dentro del contexto mundial, y
las cuestiones mencionadas en este artículo me lleva a realizar las siguientes
consideraciones:
a)
El Siglo XXI
está planteando un importante conjunto de riesgos y retos, de naturaleza
diversa, ante los cuales ni la política ni las instituciones nacionales y
supranacionales están dando una respuesta adecuada o suficiente. Entre ellos
mencionaría: globalización económica –y ahora digitalización de la economía-sin
normas, sin derechos y sin gobierno global; cambio climático y deterioros
medioambientales; incremento de las desigualdades; movimientos masivos migratorios
y de refugiados; fortaleza de la economía criminal; interesada ineficacia de la
lucha contra el fraude fiscal y la actividad de los paraísos fiscales; auge del
fundamentalismo islámico y del yihadismo, promotor de guerras civiles y de
religión y del terrorismo internacional; etc.
b)
La profunda
crisis política que vive la UE está promoviendo un auge de los nacionalismos,
en sus diversas versiones incluidas las más peligrosas que, si no se reacciona
adecuadamente, pueden incluso llevar a su liquidación.
c)
La economía
política neoliberal, en un contexto de financiarización de la economía global,
y la subordinación de las élites políticas a las económicas han llevado a la
Gran crisis que estalló en 2008. La continuidad de su predominio no puede sino
augurar nuevas crisis e inestabilidad social y política
d)
Es
responsabilidad de los actores políticos y sociales la construcción de un
bloque político y social que dispute la hegemonía social y política a las
élites dominantes sobre la base de un programa centrado en la igualdad y la
justicia social y la democratización, fortalecimiento y renovación de la
democracia y sus instituciones
e)
Desde sus
comienzos, este proyecto tiene que tener una dimensión y una articulación
europea (con vocación global). Se trata
de actuar en los ámbitos estatales
y subestatales europeos con una visión y un proyecto europeo. El
proyecto tiene que tener la ambición de transformar la UE a través de un
proceso de refundación basado en la democratización de la política europea, el
establecimiento de un fuerte pilar social construido sobre la base de un
sistema de normas sociales y laborales europeas que garanticen derechos comunes
y un sistema potente y eficaz de diálogo social europeo. El gobierno económico
de la zona euro necesita un BCE con las competencias de la Reserva Federal, un
Tesoro Único con capacidad de emitir deuda europea, una política fiscal
progresiva, un presupuesto suficiente y un Plan de inversiones europeo
ambicioso.
f)
La
construcción del bloque político y social de progreso es una tarea política,
aunque serán de una gran importancia los apoyos que pueda proporcionar el
movimiento sindical, los movimientos sociales y las organizaciones de la
sociedad civil. No se trata de sustituir la política y los partidos por los
movimientos sociales, sino de renovar y regenerar, en todo lo que sea
necesario, el campo de la política y de los partidos políticos.
g)
El
sindicalismo de clase y confederal necesita una renovación profunda que
revierta el declive afiliativo y de influencia que, en España, se inicia a
partir de la manifestación de las peores consecuencias de la crisis sobre el
empleo (2009/2010) pero que en otros países europeos es anterior. Las líneas
maestras de ese proceso de renovación pasan por: adaptar los procesos de
afiliación/organización sindicales y la acción sindical a los cambios en el
modelo económico y de las relaciones de trabajo; marcarse como prioridad la
organización del “precariado” o de los “trabajadores vulnerables” (parados,
temporales y a tiempo parcial que, en España, suman el 56,5% del total de los
asalariados, 12 puntos más que la media europea), los autónomos y los
trabajadores de las empresas pequeñas y muy pequeñas (así se afiliará a los
jóvenes); adaptar las estructuras organizativas del sindicato a esta tarea
mediante su flexibilización y la cooperación entre ellas; fortalecer la
negociación colectiva y el diálogo social; fortalecer la dimensión
sociopolítica que permita actuar al sindicato, siempre preservando su
autonomía, en las esferas social y política (en la historia no se conocen
progresos del sindicalismo en entornos políticamente hostiles durante un
período prolongado); desarrollar al máximo la dimensión europea e internacional
de la acción sindical, contribuyendo a hacer de la CES, la CSI y las
federaciones sindicales internacionales organizaciones fuertes y eficaces para
construir sistemas de derechos y normas europeos y mundiales y desarrollar el
diálogo social europeo y mundial así como la negociación colectiva en el ámbito
de las empresas multinacionales y las cadenas mundiales de suministros; y, fortalecer
la participación y la democracia internas, la transparencia, la vigencia de los
códigos éticos así como eficaces
políticas de comunicación.
h)
El
sindicalismo debería jugar un papel relevante en la construcción del
bloque social y político de progreso que
se plantee un cambio de modelo social y político en Europa en el sentido que
venimos apuntando. Debe hacerlo preservando siempre su autonomía lo que no es,
en absoluto, incompatible con promover, en España y en Europa, amplias alianzas
político-sociales. Para impulsar en el ámbito europeo la Refundación del
proyecto de la UE sobre bases democráticas y sociales avanzadas podría ser
conveniente convocar unos Estados Generales de Europa, propuesta de la que
habla Bordieu, que dieran paso, posteriormente, a un proceso constituyente bajo
la fórmula de una Convención participativa.
i)
Unas
sociedades con sindicatos, organizaciones y movimientos sociales fuertes y
participativos, que actúen teniendo en cuenta el interés general aunque lo
hagan representando intereses de parte, son unas sociedades más democráticas y
más justas. Pero la dirección de los procesos de gobierno nacional y
transnacional, la búsqueda de soluciones a problemas complejos que requieren de
capacidades de reflexión, análisis y propuestas corresponde a la política, a una
nueva política honesta y conectada con
los intereses de las grandes mayorías, a una nueva política desarrollada
por nuevas formaciones políticas o por las formaciones tradicionales que sean capaces
de someterse a profundos procesos de renovación.
Javier Doz
Consejero del Comité Económico y Social Europeo (CESE/EESC)
por CC OO
[1] Ley y
Justicia (PiS) sigue dirigido con mano férrea por Jaroslaw Kaczynski, mientras
que el puesto de primer ministro es ocupado por Beata Szydlo. En el Parlamento
Europeo, el PiS se integra en el grupo de los Conservadores y Reformistas
Europeos (CRE), junto con el Partido Conservador británico.
[2] Victor
Orban, el líder autoritario y euroescéptico húngaro, está al frente tanto del
gobierno como del partido que lo sustenta, con mayoría absoluta, la Unión
Cívica (Fidesz), miembro del Partido Popular Europeo (PPE)
[3] Javier
Doz: “Movilizaciones sindicales y sociales en Europa: 2013” en “El Estado de la
Unión Europea. La ciudadanía europea en tiempos de crisis”, Fundaciones
Alternativa y Friedrich Ebert Stiftung, marzo de 2014, págs. 91 a 102: http://goo.gl/gGYBVp
[4] Las
huelgas y manifestaciones están convocadas por CGT, FO, Sud-solidaires y FSU.
Cuentan con la oposición de la CFDT que ha negociado con el Gobierno de Manuel
Valls algunos cambios parciales a una Ley de reforma laboral en línea con las
realizadas en España, Portugal o Italia.
[5] “El
Sindicalismo europeo: ¿de la crisis a la renovación?”. Magdalena Bernaciak,
Rebecca Gumbell-McCormic y Richard Hyman. Cuadernos Fundación 1º de Mayo/ETUI.
Marzo de 2015 http://goo.gl/uxAU7F
[6]
El Cuarteto para
el Diálogo Nacional en Túnez está formado por la Unión General Tunecina del Trabajo (UGTT), la Unión Tunecina de la
Industria, el Comercio y la Artesanía (la patronal tunecina), la Liga Tunecina de los Derechos Humanos y la Orden Nacional de los
Abogados de Tunicia.
En 2015 recibió el Premio Nobel de la Paz.
[7] Manuel
Castells: “Redes de indignación y esperanza”. Alianza Editorial; 2012.
[8] Ángeles
Solanes Corella y Encarnación La Espina: “Construyendo ciudadanía inclusiva y movimientos
sociales de participación desde España e Italia: una perspectiva comparada”.
Boletín Mexicano de Derecho Comparado Nº 144. Sept-Dic 2015. Versión on-line: http://goo.gl/xXYAOP
[9] La
traducción es “Que se joda la troika”
[10] En
Portugal, Francia, Austria, Grecia, Hungría, Irlanda, Croacia y Berlín.
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