Cinco años más tarde, y con la crisis del euro convertida en una crisis política de la Unión Europea, Grecia vuelve a ser el epicentro de una nueva fase de la agudización de la crisis europea. La convocatoria de las elecciones generales griegas del 25 de enero, tras fracasar Nueva Democracia en la elección de su candidato a Presidente de la República, ha vuelto a generar presiones políticas tendentes a impedir que el Partido al que todas las encuestas señalan como favorito, Syriza, pueda formar un gobierno que ponga en cuestión la continuidad de las políticas de austeridad y promueva la reestructuración de la deuda griega.
Es decir, los máximos responsables de la imposición a Grecia de una política completamente fracasada, que ha producido un hundimiento económico de un nivel desconocido en Europa después de la 2ª Guerra Mundial, amén de estragos sociales y políticos de parecido o peor calibre, tienen la desfachatez de presionar para que los griegos no voten a aquellas formaciones que quieren cambiarla.
¿Cómo es posible que una nación que actúa así pueda seguir ejerciendo -lo quieran o no sus gobernantes- el liderazgo político de Europa?
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